Por Larrypas

El pasado jueves (13 febrero) se iniciaba la gira de conciertos de John The Conqueror por el estado con un concierto en Bilbao. Y todos los que fuimos al Hika Ateneo bilbaíno íbamos inmersos en un mar de dudas. Muchos eramos los que no conociamos el local, a la postre modernoso, cómodo, relativamente amplio y, que conste, apuntado para posibles libaciones nocturnas. Y el grupo, pues eso, ahora mismo en el “candelabro” musical por mor de aparecer en la web de Rolling Stone a cuenta de una canción de su último disco, “The Good Life”. Y, por lo que pude colegir de correligionarios de cámara y de asiduos a lo musical, todos hicimos lo mismo, percutiendo en el Spotify para entregarnos a un sonido elogiado y elogioso que nos acercaba a un combo en estado de gracia y comparado, no sin falta de criterio, a los resultones y exitosos Black Keys.

El local presentaba un aspecto estupendo, prácticamente lleno (plagado de jóvenes y jóvenas que, supongo, insuflarán savia nueva a los asistentes a conciertos) y sobre su palestra ofició el grupo durante 65 minutos bis incluído, tras repetidas observaciones de Pierre Moore a la hora (se señalaba el reloj) para no alargar el show. Con cinco minutos de retraso sobre el horario previsto (bendita puntualidad últimamente), el trío nos soltó soflamas soul (las menos), ritmos sincopados de blues espeso (las  más), rockanroll primitivo y boogie sicalíptico que hizo bailar a no pocas chicas (siempre más propensas a eso del bailongo), con versiones resultonas.



En formato trío, de bajo anodino, batería descomunal que no atronó y se dedicó a lo suyo (a lo de los buenos), golpeando los parches comedido y con tino, y cantante-guitarrista mejor a las cuerdas que a la voz, John The Conqueror principió con rockanroles que impelían a mover los pies y se marcaron una versión nada rutinaria del “Got my mojo working” de Muddy Waters a la que insuflaron nuevos aires que hicieron que no echáramos de menos la armónica de James Cotton (que no es moco de pavo). Variados y variables, picaron sobre todo en temas de su último disco (“Waking up to you” descolló infecciosa), aunque marcaron picos de ritmanblues seminal de coros fáciles para la parroquia a cuenta de su primera galleta musical homónima (“Southern boy”). El concierto devenía fluído y los temas más movidos  encandilaban a la peña, pero (y siempre hay alguno) la parte central mutó a rutinaria. Bluses sin garra y muchas referencias en el ritmo a la panoplia musical de la banda bajo cuyo paraguas se resguardan en el plano estilístico (vamos, los Black Keys, que tampoco es cuestión de andarnos con adivinanzas), hicieron que los temas se parecieran todos y se perdiera la oportunidad sorpresiva de unos temas que en casa acogotan.



Volvieron a la vereda correcta y para el final dejaron rasgueos guitarreros en los que la psicodelia asomaba, volvieron a las fuentes derrochando groove en bluses rescatados de la caverna, se marcaron un soul tenue y melismático y finiquitaron el concierto ante los aullidos de la peña, que quería más. Un bis de lo más “profesional” y para casa a una hora prudencial.

Rock on!

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