Fotos y texto: Lorenzo Pascual (web)

El pasado fin de semana se celebró en el Centro Ola de Sondika la cuarta edición del Music Legends Festival que, con un cartel interesante, congregó a unas seis mil personas entre los dos días. Los dos días ofrecieron buenos momentos pero cantaba el poco equilibrio de un cartel que concentró un mayor número de pesos pesados el sábado, no en vano actuaban Ben Harper y Little Steven como dupla de cabeza de cartel. Y eso se notó en el público que acudió a las citas, más numeroso el sábado, agraciado, además, con un sol de justicia frente a las nubes y, a ratos, fino sirimiri del viernes. Pero vayamos al lío.


Con una puntualidad exquisita Amann & The Wayward Sons saltó al escenario con poco público todavía pero que se fue animando a la vez que un pertinaz sirimiri. Con mimbres de banda sureña (3 guitarras, teclas, bajo y batería) su sonido me sorprendió por lejano de ese canon. Sus tema se tornaron fronterizos, hincaron el diente al rock de aires psicodélico y se acercaron también al blues del pantano. Estrenaron un tema de su próximo disco, que saldrá en septiembre. El objetivo de comenzar con buen pie estaba cumplido.

El siguiente en salir fue Anje Duhalde, viejo superviviente del rock euskaldun, que se hizo fuerte con el rock americano por bandera. En formato cuarteto con dos guitarras, sus temas sonaron contundentes, dotándolos de un brío escénico que, sinceramente, no me esperaba y que me gustó. A la voz, guitarra y armónica, Anje repasó temas de todas las épocas y cedió protagonismo a su guitarrista que ofreció solos rasposos y kilos de energía en los riffs. Su concierto pasó volando, buena señal y, por cierto, fue el único entre la "clase media" del festival que ofreció un bis (ummm, Little Steven tampoco lo dio).


Suzanne Vega fue la tercera en aparecer por el Centro Ola y, aunque su formato no era, quizás, el más adecuado (dos guitarras y voz), su concierto recuperó temas conocidos por todos ("Luka") y ahondó en su faceta más intimista a las primeras de cambio. Su languidez pop no ayudaba a superar la somnolencia pero, hete aquí que la segunda parte de su show creció en intensidad, sobre todo, gracias a la labor oscura (por no estar en el centro de los focos) de su guitarrista que sacó chispas de la eléctrica aportando garra y unos loops de efectos que hacían falta para despertar. Estuvo bien esa fase del concierto que coronó con otro de sus hits, "Tom's Diner".

Después llegó el turno de Paul Collins Beat. Y, señores, no lo puedo evitar. A mi este tío me pone y, no lo voy a negar, de todo el festival era lo que más me gustaba. Aun perjudicado por un sonido que no le hizo justicia (las guitarras, sobre todo la de su solista Octavio Vinck, se oyeron muy poco), Collins acertó con el setlist y, desde el principio, fue a por todas con una intensidad y honestidad a prueba de bombas. Fue algo más de una hora de rockanroll sin complejos que transitó por sus hits, repasó a The Nerves y contagió al personal de energía vigorizante. Y es que con temas como "Rock 'n’ roll girl" "All over the world", "Working too hard", "Different Kind of girl" o "Hangin’ on the telephone" solo queda arrodillarte a sus pies e implorar porque sus temas se escuchen en todas las escuelas para solaz de las generaciones venideras.


Y tras Collins los cabezas del cartel, The Beach Boys. Y con ellos llegó la polémica. Que si era una verbena, que si una celebración con criterio. En fin, la teoría de los gustos y los culos. Yo vi nueve músicos sobre el escenario, con un sonido excelso (a diferencia de Paul Collins), que descargaron todos sus éxitos con profesionalidad y sin tacha. Contaron, además, con el apoyo de una pantalla de video en la que se arrimaban a sus orígenes, recordaban a los que ya no están y en la que se proyectaban las canciones a la vez que se desarrollaban. Y ahí ando, en un término medio. Si bien, y apoyados en el sonido, crecieron por momentos a lomos de temas imperecederos con el surf y el hedonismo como bandera ("Surfin' Safari", "Surfin' U.S.A." y "Surfer Girl") y mis expectativas se vieron superadas, con el paso del tiempo empecé a perder el interés en su propuesta. Demasiado protagonismo de sus escuderos, Mike Love derrochando prestancia escénica aun y cuando su voz fue decayendo y Bruce Johnston simpatía y poco más (pedía palmas, saludaba y se apoyaba en su teclado, porque sonar, parecía que no sonaba). Y ¡qué coño!, que tampoco soy un fan de la banda (que eso suele ayudar). Es verdad que mi cuerpo pedía a gritos descansar después de más de siete horas de pie y alguna más desde que sonó el despertador, así que es lo que hice, tras una hora poco más o menos salí del recinto.

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