Texto y fotos: Lorenzo Pascual (web)

Empieza el curso musical para el que esto teclea y qué mejor manera de hacerlo que con la visita de un artista con mayúsculas, Willie Nile. Pequeño y con el pelo cardado hasta el infinito (no sé si cardado es la mejor definición, que me corrijan las peluqueras), paseó sus 68 años por un Kafe Antzokia que vistió sus mejores galas, petado de gente multicolor, de todo pelo y edad, que se dejó las manos en aplausos merecidos y la voz en coros fáciles pero orgiásticos. Presentaba el bueno de Nile su último trabajo, ‘World War Willie’, un compendio, otra vez, del mejor rock americano, en la estela, sí, de su gran amigo Springsteen, pero con una dosis de personalidad descomunal.


El concierto empezó puntual y de buenas a primeras nos encontramos con que no había teclados, siempre presentes en los anteriores. Perdimos momentos más íntimos, pero ganamos en energía con un bolo eléctrico y sin concesiones que a mí me pareció el mejor de los vistos hasta ahora. Bien es cierto que el sonido no ayudó demasiado y, aunque potente, resultó demasiado empastado, cosa rara viniendo de un Antzokia donde, en los últimos tiempos, la cosa había mejorado enormemente.

Hora y tres cuartos de espectáculo intenso, que no bajó en ningún momento el pistón, y en el que la banda tuvo un papel estelar. El batera, preciso y contundente, Johnny Pisano al bajo implicado y retozón con el respetable femenino, y el guitarra Matt Hogan pasándoselo en grande, sacando gruñidos a su guitarra, punteando afilado entre el respetable, botando sin su instrumento entre la peña, sacándose fotos con ella,… ¡¡Un crack!!



El concierto discurrió sin concesiones a baladas ni tan siquiera a medios tiempos, sobre un torrente de electricidad en el que los temas de su última rodaja musical se imbricaron a la perfección con las gemas que jalonan su carrera. El principio del concierto fue apoteósico abriendo con temas de su último disco (“Forever Wild y “Grandpa Rocks”) y con “Life on Bleecker Street“ marcando la primera cima como en una carrera ciclista de esas de alta montaña. “The Innocent Ones” surcó la senda de la reivindicación contra la violencia, marcándose después Nile un paseo entre la concurrencia que tanto gustan. “Bad Boy” y “Hell Yeah” sonaron potentes pero fue con “Love Is A Train” cuando la cosa se desató, nos vinimos todos arriba y Matt Hogan se cascó un solo incendiario.

Fue entonces cuando hizo acto de presencia Jorge Otero, guitarrista exquisito, y que aportó clase y chispazos elegantes. Recta final de un concierto que tuvo en “House Of A Thousand Guitars” el enganche necesario y la implicación del personal, en “Sweet Jane” el punto de nostalgia y en “One Guitar” el perfecto colofón a una noche redonda, ya con las pasiones desatadas y las gargantas roncas. En el bis más pasión, más honestidad.
Joder Willie, estamos deseando que vuelvas. Rock on!







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