Por Larrypas

En el mundo de la música, igual que en todos los órdenes de la vida, hay categorías. Los curritos, honestos y aguerridos, los quiero y no puedo, fatuos pero con un ego a prueba de bombas y la primera división, los alquimistas que convierten en oro todo aquello que tocan (otra cosa es el favor del público). Y Wilco pertenece a esta última, sin duda. Al que esto escribe le gustan sus primeros tiempos, en donde el rock abanderaba su propuesta, estandartes de aquello que se vino en llamar “americana”, término hoy abandonado y denostado, pero que englobaba a aquellos que renovaban los sonidos tradicionales a través del fragor de la electricidad (“A.M.”, “Being there”). Posteriormente les dio por avanzar hacía momentos más psicodélicos, bucles sonoros al servicio de la melodía, que les llevaron al estrellato (“Yankee Hotel Foxtrot”, “A ghost is born”) aun perdiendo la garra primigenia. Su última rodaja digital (“The whole love”), en cambio, supone una vuelta a sus raices, guitarras candentes y un optimismo a prueba de bombas. Más de un año llevan presentándolo y, ésta vez, les ha traído a Bilbao, cursando en un Palacio Euskalduna con media entrada larga, aunque sin llenar, sobre todo las localidades más caras. Y qué bien le vino al escriba que lo pudo ver todo desde una magnífica cuarta fila.



Entre jóvenes atildados para la ocasión, gafas de pasta por doquier y algún representante del rock patrio los Wilco descargaron en un escenario decorado con multitud de lámparas, fondos psicodélicos, una iluminación apropiada y un sonido increíble. Y es que, por momentos, fueron tres guitarras sobre el escenario, o dos y dos teclados, y todos tenían su hueco, rellenando, punteando, desgarrándose. Dos horas de concierto en las que tuvo cabida toda la paleta musical de un grupo en estado de gracia, con un Tweedy pleno a la voz, un Nels Cline estratosférico a la guitarra, una sección rítmica contundente y, a veces, contenida y unos teclados orgánicos, plenos de groove.



Principiaron con alt-country para dar paso al riesgo en forma de loops incansables, distorsión y melodías (“Art of almost”). Con un set de guitarras alucinante (atención a las preciosidades Rickembacker), Tweedy & Co. desgranaron poperos con “I might”, encandilaron con sonoridades americanas y nos epataron con catarsis fuzz tras introito naif al teclado de “Born alone”.

Lejos de pedanterías cool, los Wilco actuales atacan nuestras neuronas y nos epatan con ritmos reconocibles y unos temas que pasan de la contención al desenfreno. Así, en “Imposible GermanyNels Cline nos acogota con guitarras sangrantes, “Jesus etc” suena optimista, el falsete de “Whole love” retumba en nuestros oídos, roquean en “Box full of letters” y el grupo se sale en el soul atmosférico de “Hate it here”. Los temas crecen lejos de la ampulosidad hasta el desparrame final de “A shot in the arm” con Cline y el teclas desatados. Y en el bis más de lo mismo, country latente que muta por momentos en aquelarre, ritmos bucólicos y ritmanblus reconstruido a ritmo de vodevil.



Y los Wilco se retiraron. Antes, nos ganaron para la causa diciendo que Bilbao es la ciudad “pequeña” más bonita del mundo (los de aquí ya lo sabíamos pero está bien el arrullo del halago), y consiguieron dejar la sensación en el que esto escribe de que no habrá concierto mejor este año.

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