Texto: Marta Tobar
Fotos: Fran Cea Photography (página)

Es innegable el buen gusto de los organizadores del Calella Rockfest. Año tras año, y ya van cuatro, juegan con presupuestos y fechas para ofrecer un cartel exquisito que ya quisieran para sí muchos festivales que lucen la palabra Rock en su nombre. En esta ocasión tampoco fallaron, elevando si cabe el increíble nivel que alcanzaron el año pasado cuando apuntaron en su haber nombres como Glenn Hughes, Junkyard o Dan Baird. El Calella Rockfest es, en definitiva, el festival al que todo rockero debería tener primero en su lista de imperdibles. Además hay un ambiente envidiable, precios asequibles, un buen recinto y un entorno que ofrece un sinfín de posibilidades. ¿Se puede pedir más?

Los encargados de abrir esta cuarta edición fueron los gaditanos The Electric Alley. El suyo es un rock que bebe directamente de los sesenta y setenta, pero que también ha sido empapado por el hardrock angelino. Realizaron un show potente, directo y enérgico, que dejó boquiabiertos con su tremenda calidad a aquellos que aún no habían probado sus mieles. Temas como “Free My Soul” o “Last Letter”, de su último trabajo “Get Electrified” engancharon a un público recién llegado que se vio sorprendido por el excelente nivel de la banda. En apenas 50 minutos, interpretaron diez cañonazos, entre ellos algunos de su  álbum debut “Backward states of society” como “Standing” o “No control” con la que finalizaron y que permitió lucir a Nando Perfumo su excelente registro vocal una vez más.



Cumpliendo los horarios con puntualidad británica, los americanos StoneRider tomaron el testigo. Este cuarteto de Georgia destacó por los elaborados desarrollos instrumentales combinados con melodías vocales muy trabajadas. Sobrios en escena, recordaron con su psicodelia a las grandes bandas del género de las décadas de los setenta. Destacaron la base rockera y la fuerza de las guitarras de “El Dorado” y los ritmos funk que afloraron en “War, Traffic and Blind Faith”. De su último trabajo, el recomendable “Hologram”, también interpretaron “Sleepwalking Awake”, uno de sus cortes más tranquilos. De calidad innegable, su concierto huyó de estridencias no necesarias y entusiasmaron a todos los fans del prog y de la psicodelia.




Para muchos de los asistentes, Joe Lynn Turner era, sin duda, el plato fuerte del festival. El hombre de la pequeña gran voz del heavy metal sigue manteniendo un carisma único que le hace ciertamente entrañable con el paso de los años. Sabio conocer del negocio, ofreció a sus fans un concierto repleto de grandes éxitos de su paso por Rainbow, Deep Purple y Alcatrazz, obviando injustamente temas propios de su carrera en solitario que, por su calidad, bien tendrían cabida en un show de alto standing como el suyo. Así en el setilist figuró “Death Alley Driver” y la necesaria “I Surrender” además de “Rising Force” o “Deja Vu”, como recuerdo a su época con Yngwie Malmsteen. Turner se adueñó del escenario, ejerció de rockstar e hizo gala de una voz por la que parece que no ha pasado el tiempo. Rodeado (desde hace años) de una banda de jóvenes talentos que facturan los temas con perfección y pulcritud, preparó un final de concierto apoteósico en una traca final en la que tuvieron cabida “Highway Star”, “Long Live Rock and Roll”, “Burn” y “Smoke On The Water”.



Hubo que esperar hasta la una de la madrugada para que Backyard Babies despejara las dudas de algunos sobre su estado de forma tras cinco años de parón y lo hicieron atizando una patada en el culo a los presentes según pisaron el escenario. Salieron en tromba y ganaron por K.O. sin paliativos. Y es que si una palabra define a esta banda es actitud. A uno le puede gustar más o menos su música, puede criticar su simpleza, pero ver a Bacyard Babies en directo es un chute de adrenalina.  Masacraron al personal con cañonazos como “Th1rte3n Or Nothing”, con la que abrieron, “Dysfunctional Profesional” o “Brand New Hate”. Capitaneados por Nicke Borge y un encapuchado Dregen, Backyard Babies demostraron que mantienen intacta la esencia que les hizo ser una de las bandas más influyentes de la fundamental escena sueca de los noventa. Enérgicos hasta la extenuación y sin dar tregua al sosiego, recorrieron con frenetismo diecisiete temas en ochenta y cinco minutos para cerrar por todo lo alto con “Minus Celsius” y “Look At You”. Rock en estado puro.



El sábado se presentaba sabroso gracias a un cartel variado coronado por el que, para la que firma, es el frontman por excelencia, Mr. Michael Monroe. A las siete y media de la tarde, una hora un tanto intempestiva para los más perjudicados del día anterior, tomaba el escenario Ben Poole. Quizás consciente de que su estilo, más cercano al blues que al rock, le situaba un poco fuera de la línea del resto de bandas, el guitarrista reservó los temas más contundentes para el final e inició el set con “Let’s go upstairs”.In crescendo, el sonido fue tornándose más duro y canciones como “Someday You'll Have Your Own” se alargaron para que Poole diera rienda suelta a su virtuosismo con las seis cuerdas. Retorció melodías, se retó en duelo con su teclista y desgranó un blues a cada momento más oscuro con pulcritud y blancura. Oiremos hablar mucho de él.



No siempre es fácil jugar en casa. Imperial Jade tenían a su favor a un nutrido grupo de seguidores locales y en contra el escepticismo de aquellos que aún no los conocían. Pero los catalanes están convencidos de su calidad y salieron con ganas de ampliar su círculo de fans. Efectivos y efectistas, su concierto fue festivo y animoso, sin titubeos. Gracias a temas como “Satyr”, “Time Machine” o “Mr. Rock and Roll”, plenos de sonidos setenteros y mucha diversión, por el escenario planearon los Rolling Stones, Faces y Led Zeppelin (a los que homenajeron con una solvente versión de “Whole Lotta Love”). Su insultante juventud y sus ganas de gustar, amén de un buen manejo escénico, les granjeó nuevos adeptos.



No todos los días se tiene la oportunidad de tener ante sí a dos músicos que tocaron en el mítico Woodstock 69. Ric Lee y Chick Chruchill mantienen vivo el legado de Ten Years After tras la muerte del inigualable Alvin Lee con mucha dignidad. Junto al ex Whitesnake Colin Hodgkinson, incomensurable al bajo, y con el joven guitarrista y cantante Marcus Bonfanti, se presentaron ante el público del Calella Rockfest y ofrecieron un show exquisito con el que recorrieron su impresionante trayectoria. Afortunadamente, Bonfanti no intentó ser un imitador de Lee, e interpretó clásicos como “I’m Going Home”, “Love Like a Man” o “I´d Love To Change The World” tamizadas por su propio estilo. La fórmula funcionó y encandiló al personal que se rindió ante una banda que tiene inscrito su nombre en la Historia del Rock con letras de oro. High class.



Y llegó Michael Monroe y antes de que terminara el primer tema estaba claro de que estábamos presenciando el bolo no sólo de esta edición, sino de todo el festival. Hay un antes y un después de ver a Michael Monroe. Tras hacerlo, cualquier comparación se vuelve absurda. Monroe es una estrella del Rock única. Salió apabullando con “This Ain´t No Love Song”, escudado por unos músicos de lujo donde cada uno tiene su lugar y luce con luz propia. Karl Rosqvist es una bestia parda a la batería e impresiona ver a Rick Jones, Sami Yaffa o al carismático Steve Conte actuando con la misma chulería de quien está al frente de su propia banda. Juntos proyectan tanta energía que cuando la banda, Michael Monroe al frente, se adelantan al unísono al borde del escenario, da la impresión que son capaces de comerse al público y que éste da un paso hacia atrás.


Michael Monroe llenó el set de temas coreables como himnos y jaleó a un público al que tenía ganado antes de empezar. No faltó el recuerdo a Hanoi Rocks con “Malibu Beach Nightmare”, “Oriental Beat” o “Motorvatin” ni a ese discazo que sacó con Demolition 23 con “Hammersmith Palais” o la versión que grabó entonces de “Up Around The Bend” de la Creedence Clearwater Revival. Incansable y más salvaje que nunca, Monroe salto, se acercó al público, se despatarró, bailó y lució vestuario, abanico y gorras mientras tocaba la armónica, su saxo rojo o cantaba con una voz que mantiene tan intacta con los años como su energía. “78”, “Ballad of the lower East Side”, “Trick Of The Wrist”, “Love Song”, cada tema es una obra de arte del rock and roll de estadio y hasta allí trasladó Michael Monroe a sus seguidores. O al menos, así lo sentimos todos cuando rugimos con “Dead, Jail or Rock and Roll”, “I Wanna Be Loved” o “Feel Alright” justo antes de que Monroe decidiera dejar de zarandearnos.

Nos contaron los organizadores justo antes de que empezara el festival que se pensaron mucho cuál sería la banda que cerraría esta edición tras el conciertazo de The Quireboys que clausuró el del año pasado, ya que querían un final igual de apoteósico. Vaya si lo consiguieron. Contando los días para el Calella Rockfest 2017. Larga vida al Rock And Roll.

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