Por Fran Cea
La tercera edición del Kristonfest Festival, celebrada en la Sala Santana 27 de Bilbao el sábado 24 de Mayo, se puede calificar de éxito rotundo a pesar de que los condicionantes, en forma de enésimo partido futbolero del siglo (la coincidencia con la final de champions), y una apuesta muy arriesgada por parte de la promotora, que se alejó para la composición del cartel de una estrella de relumbrón (los Clutch del año pasado dejaron el listón en límites estratosféricos) para crear un cartel centrado de manera rotunda en los sonidos stoner, con tres de las bandas más longevas y claves del estilo más una formación “de nuevo cuño” que está dando mucho que hablar. Y sin embargo fueron capaces de confeccionar, dentro del género, una variedad estilística suficiente para que al final de la jornada el regusto con los asistentes (tres cuartos de entrada aunque se redujo el aforo en los laterales de la sala) fuera muy satisfactorio y confirmara que el Kristonfest es el festival Stoner más importante de España y que es capaz de hacer llegar hasta Bilbao a bastantes seguidores del otro lado de los Pirineos.
En este cartel multinacional fueron los franceses The Socks los encargados de abrir puntualmente el fuego, con el público aún entrando en el recinto, para ratificar las buenas sensaciones que dejaron en su pasado paso por el Azkena Rock, donde fueron una de las grandes sorpresas.
Procedentes de Lyon, con un par de Eps y un único largo de título homónimo bajo el brazo (que tocaron en su totalidad), facturan un stoner de sonido setentero y grandes influencias Black Sabbath/Blue Cheer pasados por un filtro oscuro y endurecido, con mucho groove, pasajes instrumentales y donde la guitarra de tintes psicodélicos de Meret Julien se mezcla con el órgano atmosférico de Nico Baud para crear un tejido musical de sabor denso y de fácil digestión que en muchos momentos no solo recordó a los ahora de tan en boga Graveyard o Witchcraft sino que por instantes los superó. Fue sobresaliente el modo en que las voces de ambos (la de Nico como apoyo) se conjugaron para dar consistencia a canciones que entran a la primera y que cuando derivan hacia sonidos más próximos a los 60 recuerdan a las huestes del Jim Morrison más ácido, retro y psicodélicos.
El ritmo frenético y machacón de New Kings puso el punto de partida y un cabalgueo que mutó hacia terrenos de dinámica densa y aire retro. El ritmo más heavy de Some Kind Of Sorcery (la más Graveyard de todas) y el sonido The Doors de Gypsy Lady, con el protagonismo del órgano, fueron los mejores momentos de sus cuarenta minutos de un show que seguro les ha hecho ganar muchos nuevos seguidores. Sin duda la sorpresa del festi y uno de los ganadores.
Karma To Burn tenían una deuda con el festival después de la espantada que hicieron el año pasado, saliéndose del cartel de manera unilateral y sin dar ninguna explicación. El trio instrumental de West Virginia, un habitual de los circuitos de directo de nuestro país, se reconcilió absolutamente con la audiencia gracias a una hora de show variado y muy divertido, a volumen excesivo y plenos de distorsión, en el que William Mecum, armado con su guitarra Gibson y un ampli sin ningún efecto extra, repasó su discografía y demostró que un combo instrumental, aunque anclado en un género tan concreto, puede desarrollar una propuesta muy atractiva. Había tenido la oportunidad de verles hace un par de años en un show para una audiencia muy reducida en la ya legendaria Taberna Belfast de Sta María del Páramo, y en esta ocasión presentaban una nueva formación con un impresionante Evan Devine a la batería (sin duda el mejor de todo los baquetistas que pasaron por la Santana) en el lugar de Rob Oswald y Rich Mullins (miembro de Exploited y que lucía una camiseta del Resurection Fest) al bajo.
Mecum, con su clásica gorra y look de camionero, fue el protagonista y su sonido fue heavy, compacto y muy variado. Apenas se dirigió a la audiencia en un par de ocasiones, con un acento redneck casi indescifrable y repasó su discografía, desde piezas de su primer trabajo a la parte final con las más clásicas one y twenty (ambas en el triunvirato final del show) para redondear un concierto megalítico de corte heavy que hizo aparecer algún pequeño conato de mosh pit y dejó la constatación de porque nos encontramos ante unas leyendas del género.
Las dos bandas que restaban por actuar en la noche lo hacían en el festival de manera exclusiva y como fecha única y suponía un cambio de tercio musical en el que abandonaríamos la distorsión y la inmediatez musical en favor de los ritmos más densos y pausados. Los primeros Motorpsycho han editado un doble lp, el decimoséptimo de su carrera, llamado Behind The Sun y son quizás una de las bandas con sonido más arriesgado de todas las del género. Reconvertidos en cuarteto para la ocasión gracias a la incorporación de un segundo guitarrista, Motorpsycho dieron rienda suelta a su pericia instrumental y desgranaron un concierto en el que navegaron desde retazos de rock sureño, jazz experimental (hace unos años colaboraron con la Trondheim Jazz Orchestra en su Noruega natal), rock progresivo, sonidos de la costa oeste…y sobre todo rock psicodélico; un auténtico compendio musical desarrollado desde una cierta frialdad sobre el escenario y con los protagonistas imbuidos en exceso en sus labores y desdeñando en parte la comunicación con una audiencia que les acogió como protagonistas y apoyó las canciones desde el inicio. Y sin embargo este cierto “caos” estilístico generó un grado de locura instrumental, al más puro estilo Syd Barret, apoyado en el desorden y que si se analiza de manera global da coherencia al discurso.
Ya desde el comienzo se apreció que su show seguiría un camino diferente, cambiando las grandes torres de Marshalls y Orange y las guitarras vintage por pequeños combos de Fender de sonido más clásico y dulce y con grandes desarrollos que en varias ocasiones superaron la decena de minutos. Comenzaron con la instrumental Whip That Ghost, del ya lejano Let Them Eat Cake, y su sonido sureño al estilo Allman pasado por un filtro psicodélico y un riff limpio y armónico para después tocar Hell 1-3, la más rockera August con un interludio cercano al jazz y una batería impresionante y se acercaron a los veinte minutos de música con Ratcatcher alternando pasajes etéreos con otros de auténtica furia musical y un aire a King Crimson e incluso a Pink Floyd en el ambiente. Para el final dejaron Into The Sun, editada en un single con Hedge Hog, y que es una de sus piezas más antiguas. Un concierto complicado para quien no esté acostumbrado a su propuesta y un viaje interior de quilates si te dejas atrapar dentro.
El festival lo cerraban los alemanes Colour Haze en su segunda visita a nuestro país en poco tiempo, el año pasado actuaron en Madrid y Barcelona, y presentando su nuevo cd, el décimo primero de su carrera, llamado She Said y una vez que el trío tomó posesión del escenario quedó claro que cuentan con una base de seguidores fieles que les esperaban.
Colour Haze ofrecieron un concierto complejo, aunque no tanto como Motorpsycho y por supuesto estilísticamente menos variado, donde el protagonismo no recalaba en la ejecución individual sino en los ambientes capaces de crear en la combinación de sus elementos. Aires psicodélicos, largos desarrollos instrumentales que sobrepasaban los diez minutos de duración y muy pocas concesiones en su repertorio como Love o Aquamarina y temas como Silent o Inside que crecían en desarrollo según los riffs se iban enrevesando en si mismos hasta desembocar en Moon, quizás el momento culmen del set. Y sin embargo tuvieron el handicap del concierto anterior de los Motor, estuvieron algo más remisos a perderse en jams y visualmente fueron fríos y estáticos. Y sin embargo Colour Haze fueron de menos a más y consiguieron imbuir a la audiencia en sus redes, poco a poco, como no queriéndolo hacer y dejando, cuando la final Get It On dejó de sonar, un gesto de satisfacción total en la audiencia.
Sin duda estaremos en la edición del 2015, deseando saber que sorpresas nos depararán.
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