Como todos los meses de Julio desde hace 14 años llegaba a la localidad salmantina de Béjar su Festival Internacional de Blues el cual tiene lugar en uno de los recintos con más encanto de la región, la Plaza de Toros del Castañar (la más antigua de cuantas permanecen en activo en el mundo) y que durante dos días muta de ser un recinto de vergonzoso dolor para convertirse en un lugar de CULTURA (nótense las mayúsculas) por el que pasan algunas de las estrellas más rutilantes del género.
Después de la excepcional edición del 2012 en la cual reinaron los acentos más rockeros de The Delta Saints, Eric Sardinas, Gerry McAvoy o la apabullante Dana Fuchs el festival se guardaba para este año un cartel mucho más clásico y con dos pesos pesados de la mayor de las enjundias, Eric Burdon para la cita del viernes y el "hombre grammy" Robert Cray para la sesión del sábado.
Además el cartel tenía a una estrella del jazz del calibre de Lou Donaldson, una gran dama del gospel/blues a la que el reconocimiento general la ha pillado entrada en años Sharrie Williams y muy buenos exponentes del blues nacional como los asturianos Blues & Decker o los gallegos Dixie Town e incluso el acento latino de Marcos Coll & Might Calacas.
Vayamos por partes. Para la cita del 2013 el festival ha sabido torear los consabidos recortes de presupuesto vía subvenciones y aunque no pudimos disfrutar de las pantallas de video y faltaba alguna que otra luz (cosas completamente superfluas porque tanto la visión como la acústica del recinto son sobresalientes) si que contó nuevamente con el favor de un público muy fiel que acude a cada edición casi sin importar quienes sean las estrellas invitadas y con el característico buen ambiente y camaradería que se respira entre todos los asistentes que comen y beben de manera amigable y respetuosa mientras los compases salen del escenario.
La jornada del viernes fue la más numerosa, con un recinto prácticamente lleno hasta los topes de un público mayoritariamente con los cuarenta cumplidos y que acudía al reclamo de las buenas críticas que Eric Burdon está recibiendo tanto por su nuevo trabajo Til Your River Runs Dry, mucho más que digno, como por los artículos que estaban generando sus actuaciones.
Pero la primera en salir fue la veterana Sharrie Williams, curtida en miles de conciertos, muchas giras por nuestro país en recintos de pequeño tamaño y que ahora está consiguiendo congregar a mucho más público al abrigo de su voz y su cálida mezcla de blues, jazz y gospel. Con una banda excepcional en la que brilló su joven guitarra James Owens Sharrie desgranó un repertorio reposado y sentido, con muy pocos altibajos y donde el sentimiento (feeling lo llaman) salía de su garganta cuando entre los temas recordaba sus años de adicciones y su encuentro y redención por vía celestial.
Se ganó una gran ovación y dejó el terreno abonado para que Eric Burdon, como ya es sabido sin The Animals, se adueñara del escenario con una troupe en la que figuraban dos guitarristas, bajo, batería, percusión y dos teclistas que arroparon la voz rasposa y cálida de Burdon. Tobacco Road, When I Was Young e Inside Out precedieron a sus nuevas composiciones en las que brilló su single Water y donde los acentos latinos estuvieron a punto de romper un ritmo que creció cuando tiró de los clásicos House Of The Rising Sun, Black Dog, Spill The Wine o sobre toda una sobrecogedora I´m Crying, antes de que el protagonista se enfadara al ver a alguien entre el público grabar de manera descarada el show (si lo vas a hacer ten un poco de respeto y disimulo) y cortara por lo sano el repertorio dejándonos sin dos de sus temas, sobre todo Don´t Let Me Be Misunderstood, algo por lo que odiaré de por vida al personaje y su cámara. Burdon no es el que era, sería imposible a sus 72 años, pero mantiene un muy buen nivel vocal y ofrece un show de quilates. Una maravilla absoluta.
A Blues & Decker les tocó cerrar la primera de las jornadas y este elegante cuarteto lo hizo de manera arrasadora, poniendo los vatios y velocidad que habíamos echado de menos hasta ese momento y desgranando al completo su disco Stealin The Blues por medio de un guitarrista efectivo y el espectáculo de su vocalista gesticulador e histriónico que es un show en sí mismo.
El sábado había que llegar con las pilas cargadas y nos recibió para mí la sorpresa y vencedor del festival. Lou Donaldson que a sus 86 años dio un recital de clase y sonido Blue Note que a punto estuvo de convertir al jazz a un mayúsculo renegado como quien escribe. Apoyado en su saxo y con una banda de teclista y batería (impresionante) orientales y un guitarrista de altos vuelos, Randy Johnston, fue capaz de silenciar al público de la plaza con desarrollos instrumentales elaborados donde la improvisación se ganaba paso y donde su simpatía y sencillez (impagable verle tranquilamente sentado en un lateral del escenario ajustándose su dentadura mientras los músicos hacían sus solos) solo eran comparables a su buen humor "one, two, you know what to do" recitaba antes de cada tema como si de un lema ramoniaco se tratara y nos dejó con la boca abierta cuando de manera natural y pausada abandonó el escenario mientras miraba su reloj con la cara de Obama ocupando toda la esfera. Una delicia.
Los mejicanos Marcos Coll & Mighty Calacas fueron la atracción del festival con sus ritmos latinos y viajaron en su repertorio desde el blues más sentido "a lo Santana" (versión incluida) a los compases que atacaban directamente pies y caderas poniendo a toda la plaza a bailar en una especie de verbena de recurso fácil que hubiera encajado en cualquier fiesta popular. Son resolutivos y por momentos emocionantes pero a la larga, y su show se extendió bastante, cargantes. Lo siento pero no me llegaron a pesar de que Fernando Ruvel, su bajista, me pareció un músico excepcional. No my cup of tea, que dicen los anglosajones.
Robert Cray era la estrella del sábado y probablemente del festival y quizás se tomó de manera excesiva este papel mostrando, su equipo que no él, un celo que desentonaba con el ambiente general del festival. Obligó a desocupar el escenario, echó de malos modos a cuantos rondaban por el backstage, amenazó con marcharse si veía alguna cámara de foto o video en el recinto y se colocó a hacer su set en la parte trasera del escenario desde donde los fotógrafos que no nos negamos a retratarle tuvimos que aprovechar el único tema que nos permitió la estancia en el foso.
De todas maneras Cray es uno de los grandes y una figura que hay que ver al menos una vez aunque reconozco que mi entusiasmo en su concierto decreció por momentos. Tal es la finura de su fraseo y lo cristalino de su tono que llegó a volverse plano y sin darme cuenta acabé fuera de la plaza buscando un lugar donde refrescarme sin que el de Columbus hubiera terminado su set.
Es cierto que el sonido de su Stratocaster enmudeció a un público que solo reaccionaba para dar muestras de admiración entre sólo y solo o cuando estallaba en aplausos entre los temas pero quizás el recinto y sus dimensiones jugaron en su contra al amortiguar en demasía el impacto de su discurso intimista. Los que venimos del rock echamos de menos un poco de fina suciedad y nos dejó muy fríos, como un amigo mío me mencionó Clapton lleva toda la vida queriendo sonar negro y Cray la suya queriendo sonar blanco, no se me ocurre mejor definición.
Para poner el punto y final al festival salieron al ruedo (literal) los vigueses Dixie Town y si llevas dos días viendo conciertos de blues y los últimos en salir te vuelan la cabeza es que realmente lo han hecho muy bien. Impresionante despliegue de este trío que consiguió reventarme afortunadamente los tímpanos y devolverme la fiereza del blues rock. Espídicos y llenos de adrenalina y sudor convirtieron un recinto amplio en un pequeño bar humeante y nos reventaron en la cara historias de carretera y mujeres (es decir, de Rock and Roll) como para hacer arder cualquier queimada sin necesidad de aguardiente. The Pills o Troublemaker eran cercanas a ZZ Top pasados de tequila y la colaboración de Marcos Coll a la armónica la guinda de un pastel que el público agradeció sin abandonar la plaza y agotando las últimas reservas de alcohol.
Una edición de ambiente más sosegado, salvo por parte de las bandas nacionales, que vuelve a subir el listón y que nos hace contar los días para una nueva edición en la que seguro estaremos presentes. Todo musiquero tiene su festival preferido y el mío es este. Claro que lo ponen realmente fácil.
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