Por Larrypas

Este pasado jueves tocaba reencuentro con uno de los adalides en eso que se vino a llamar neosoul tras un par de experiencias satisfactorias, aunque no epatantes, en el  mismo escenario antzokiano y en el Azkena Rock Festival de Vitoria. Y es que el británico James Hunter, trotado en mil batallas, visitaba de nuevo el Kafe Antzokia bilbaíno en el marco de una gira que le llevará también a Madrid y Santiago. Presenta nuevo disco, “Minute by minute”, lo que siempre es una alegría, tras dos pildorazos de soul refrescante que le encumbraron a lo más alto del escalafón del soul blanco. Y con cada disco se va alejando cada vez más de esa máxima que le encasquetó el huraño Van Morrison de ser  “el secreto mejor guardado del soul”, para convertirse en una realidad plenamente disfrutable.

Con estos mimbres y en formato sexteto Hunter se presentó en el Antzokia bilbaíno y nos dio una lección magistral de lo que debe ser un concierto en sala, sin ninguna duda el mejor de los tres que ha presenciado el que esto escribe. Eligió bien las canciones, centradas como no en su última rodaja digital, se  acompaña de una banda estupenda perfectamente acoplada, cómplices todos ellos del jefe,  y destiló clase y oficio ante una audiencia entregada y que casi copó el Antzokia.

Asi, tras unos teloneros a los que no pude catar (unos jovencísimos B-Flat, banda de Bilbao con teclados al frente), Hunter desplegó talento y maestría a la guitarra, derrochó saber estar y se lució a las voz, rasposa pero modulada, en un alarde de registros que le llevó con facilidad del grito histriónico, al falsete teatral, pasando por guiños a los sonidos más negros.  A sus 50 años ha sabido combinar sus influencias, sintetizando en su propuesta las referencias claras al soul y el rimanblues más negros, aplicándoles un estilo fresco que combina ritmos jamaicanos plenos de orquestación, junto al ritmanblus británico más ponzoñoso.

Durante hora y media dio rienda suelta a un torrente musical en el que mezcló con sapiencia ritmos sincopados, descolló a la guitarra en punteos comedidos pero con fuste (es un excelente guitarrista que imbrica el instrumento en la canción y no al revés, que no da un guitarrazo de más, plena expresión de la máxima “menos es más”), danzó espasmódico y permitió la exhibición de sus compañeros. Pleno y con groove el teclado, contenido el saxo tenor y excitante el barítono; y sí, por fin, no hubo solo de batería ni de contrabajo, que se dedicaron a lo suyo, a percutir fluidos en el ritmo.



Con un sonido que comenzó dudoso pero mejoró sobremanera a partir de los primeros temas, Hunter se explayó en rockanroles clásicos (“She’s got a way”), derrochó diversión en “Chicken switch”, se meció en el reggae, el ska y el calypso al retomar “Jaqueline” de su exitoso “The hard way” y se gustó en soules marca de la casa. Y esta combinación de estilos fue lo que contribuyó  a generar una atmósfera festiva que la peña acogió con deleite, con una sonrisa en la cara y que nos permitió despegar los pies del suelo para echar unos bailables.

Así, incidió en el rock primitivo en “Heartbreak”, sonó cadencioso en el soul “Minute by minute”, rememoró a los clásicos con versiones de los Five Royale (“Think”) y se descolgó con una versión minimal de “Carina” pelín deconstruida respecto al disco. Y en el bis más de lo mismo, con pequeño desparrame final, coros catárquicos del respetable y la guitarra desmesurada en una “Talking about my love” que fue el perfecto colofón a un concierto estupendo. Seguro que estará en lo alto de la tabla en un futuro ranking de los mejores conciertos del año. Rock on!

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