No tiene que ser tarea fácil organizar nada en este país. Y si es un festival de rock todavía menos: el IVA que este gobierno ha tenido a bien subir por mor de “nuestras” deudas con los chupópteros financieros, falta de locales adecuados, idiosincrasia de las propias bandas entre las que hay “raritos” de cuidado,… Pero nada de todo esto ha impedido a Mikel y Mentxu organizar por segunda vez el Walk On Project Festival (WOP), esta vez en el Pabellón de La Casilla de Bilbao. Ellos han tenido la fuerza y la constancia necesarias para que todos los impedimentos quedaran aparcados, han contactado con bandas que han asumido como propio el estandarte de la solidaridad y han mantenido la palabra comprometida con su hijo: “hacer todo lo que esté en nuestras manos”. Los beneficios, si los hubiere, para un objetivo noble y loable: combatir las enfermedades neurodegenerativas ayudando a financiar programas de investigación que ayuden a familias y enfermos, que les ofrezcan esperanza.

¿Y el festival en si? Pues un cartel de lujo, un local mejorable (sobre todo la acústica) y una buena organización. ¿Y el público? Pues respondió a medias; he leído en algún sitio que la cifra oficial el primer día fue de 1.800 personas, exultantes, participativas y fumadoras (pese a la prohibición). Mucha gente atrajeron The Hives y Doctor Deseo, Los Enemigos bebieron de sus fuentes y al Inquilino Comunista era curioso verles después de los años. Pero vayamos poco a poco.

Con pelín de retraso (que se fue acumulando hasta llegar a la media hora en The Hives) y tras vídeo acongojante, pero esperanzador, de los motivos del festival, saltó al ruedo de La Casilla El Inquilino Comunista, otrora mascarón de proa del indie patrio pues pocos más llegaron a su nivel de calidad. Durante una hora enlazaron pop aguerrido de guitarras, interactuaron con el público (alejados del estereotipo indie ese que, a veces, llegaba a tocar de espaldas a la concurrencia) se gustaron en los riffs de ritmo contundente y sonaron renovados. Canciones que han envejecido bien, reforzadas por el juego de luces y por la actitud de los oficiantes, descollando puntera “Echocord”, la más conocida para el que esto escribe. Rememoraron viejos temas con renovación de sus pretéritas actitudes.

Tras el Inquilino, Doctor Deseo copó el escenario del pabellón sobrevolando alto sobre los hombros de sus seguidores que, por lo que parece, son legión (no en vano muchos se habían acercado al festival por ellos). Francis, alma máter del grupo, ha creado una marca que se caracteriza por letras abigarradas en el planteamiento y barrocas en la ejecución. Suspendido de un trapecio principió un concierto con temas de sonoridad rockera, que poco a poco fue mutando a una especie de vodevil caústico. Los temas se fueron pareciendo más entre si y el que esto escribe decidió que era el momento de coger fuerzas para lo se me venía encima. A la vuelta todavía hubo tiempo de degustar varios temas, algunos íntimos junto a la voluptuosa corista, descollando “Morirse en Bilbao” (más rockero que en su estado enlatado), actitud vital (¡¡qué contrasentido!!) que todos los bilbaínos compartimos.

Tras el Doctor, Los Enemigos saltaron al escenario con su rock marca de la casa, castizo y cazallero, tocado desde las entrañas. Una pena el mal sonido que impedía degustar letras de bareto malasañero. Comenzaron fuertes y a la yugular, mientras sus incondicionales gritaban desaforados el “John Wayne” y se mecían al compás de “Antonio”. Difícil de afotarle el careto, Josele cantó desgarrado himnos callejeros (“Quiyo”), se meció en el ritmo y se atoró pelín en la parte central del show, despegando posteriormente, coincidiendo con sus temas más conocidos. Así, la parte final y el bis depararon guitarras de riffs relampagueantes, actitud exultante y estribillos por todos paladeados (“La cuenta atrás”, “Yo el rey”, “Amanece en Bouzas”). Bis y fin de fiesta con la sensación del trabajo bien hecho.

Y como colofón al día se programó a última hora a The Hives que, ciertamente, tuvieron que lidiar con la más fea, en forma de caídas de luz que acallaban los altavoces por los que atronaban. Ellos, profesionales, no cejaron, no hubo un solo mal gesto (más allá de la petición de un electricista profesional), sus pipas (embutidos en trajes de ninja) dieron vuelta a sus monitores, haciendo todo lo posible para que no decayera el show. Un espectáculo catárquico, a mil por hora en el que Pelle Almqvist ejercía de maestro de ceremonías. Trajeados con levita y chistera, los Hives iniciaron brutales con “Come on!”, enlazaron con “Try it again” y pusieron patas arriba el pabellón cuando atacaron nórdicos “Main ofender” o su hit “Hate to say I told you so”. El guitarra se debatía agitado, Almqvist brincaba por doquier, el resto rezumaba mala leche y entre fallo de sonido y más fallos, todavía hubo tiempo de que un descerebrado lanzara a la cara de Pelle un tetabrik que nos hizo temer lo peor (que ser fueran). Se solucionó con una peineta al patán y vuelta para un bis tremendo en el que “Go right ahead” sonó como un tiro y “Tick tick boom” rezumó garaje violento a punto de estallar.

Y hasta aquí el viernes.

Por Larrypas

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