Por Larrypas
Me había prometido a mi mismo que este año no iba a repetir artista y reseña en este sacrosanto blog y he aguantado hasta octubre. Tras dejar pasar a Willie Nile y a algún otro que se me olvida (jodido amigo alemán), el motivo de mi pecado son mis adorados Bellrays, que descargaron en el Kafe Antzokia bilbaíno el pasado viernes día cinco. Decir en mi defensa que el año pasado tuvieron reseña conjunta en el marco del Turborock, por lo que el pecado es menor.



Y es que se han marcado una minigira por Bilbao y Zaragoza con motivo de la grabación de nuevo disco en Madrid. Y que Bilbao es ciudad fuerte en sus periplos peninsulares lo atestiguaba la peña, que prácticamente llenó el Antzokia, que coreó sus temas y que asistió perpleja a un arrebato sónico en el que nos inoculaban el punk & soul en vena. Hasta donde yo llego no tocaron temas nuevos, y con un sonido mejorable descerrajaron cual apisonadora su última rodaja (Black lighting) y se acercaron, retozones, a las gemas que jalonan su discografía. Vistos repetidas veces, nunca dejan indiferentes, los adjetivos se repiten, la entrega es segura y, ¡¡joder!! qué complicada hace la reseña para el plumilla a fin de no repetirse.

Sin teloneros, los Kekaula & Co. tocaron a arrebato desde el principio y durante 80 minutos, Bob Vennum sacaba chispas de su sudada guitarra, la base rítmica patria descollaba en especial el jovenzuelo batera y Lisa, pelucón afro por bandera, se desgarraba en el rock y se mecía suave en el soul. Nos regalaron, sin interrupciones en muchos momentos, riffs contagiosos, solos espontáneos cargados de distorsión, ritmos machacones en el bajo y kilotones de energía desenfrenada. Abanico de posibles, su discografía ofrece perlas que fueron desgranando; por allí sonaros ritmos garajeros (“That’s not the way it should be”), sopapos fuzz (“Close your eyes”), soul sangrante (“Anymore”) y todo aquello que la peña había ido a ver.

En un concierto cuesta abajo es difícil no dejarse ir, pero los Bellrays se lo toman como si fuera el primero, no se ciñen a los cánones y atacan nuestras neuronas con más sonidos crudos, infección espídica (“Infection”), y catarsis rockanrolera (“Coming down”). La banda convence en el desparrame ruidista y la voz desgarrada, a veces sacada de las entrañas, nos estremece en los soul marca de la casa (“Blue against the sky”, “Have a little faith in me”) para acabar invocando al dios del trueno con una versión de “Voodoo train” apoteósica que les hizo salir por la puerta grande. Y en el bis más de lo mismo, la Kekaula que baja al ruedo antzokiano a retozar entre el respetable, llamadas a una peña ya descontrolada y un “Black lighting” que sonó como un mazazo para poner fin al cotarro, para dejar las cosas claras.

Repetí un grupo, pero qué coño, no me arrepiento.


Dedicado a Nick Curran, Rock on!

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