La actividad musical en Bilbao y alrededores no se toma un respiro. El viernes Marah (por debajo de lo esperado), el DuranWop de Durango con un cartel de muchos kilates y el domingo los causantes de esta entrada, Kitty Daisy & Lewis, que presentaban su último disco en un Kafe Antzokia casi lleno para la ocasión. Espectadores de todo tipo de pelaje, rockers de pedigrí, peggysues de postín, indies modernillos, muchas chicas y los habituales a este tipo de saraos.

Venían los hermanos tras su paso por el Azkena Rock Festival de 2010, en donde defraudaron con un concierto falto de pegada, lastrado por continuas interrupciones y en donde no supieron canalizar lo tórrido del rock & roll que atesoran. Y es que su revuelta a los orígenes del sonido fifties, del jazz y del swing les granjearon la simpatía y admiración de una mayoría entendida que deseaba catarlos en directo y que, tras el citado festival, salió con la impresión de asistir a un bluff. Tras la bocanada de aire fresco de su primera rodaja vinílica, su segundo disco hurga en lo mismo, atemperando el ritmo, introduciendo ritmos ska, dando lugar a un compendio de canciones más deslavazado (bien es cierto que va ganando con las escuchas).

Con estos mimbres se presentaron ante el respetable y, pardiez, que esta vez salieron airosos del trance. Trajeado Lewis, con vestidos retros ellas y acompañados, como no, de sus padres a la guitarra acústica y contrabajo, nos soltaron un concierto que hizo aullar a la peña, bailar a unos cuantos y, a los más, seguir el ritmo con los pies, que no es poco. Todo fue más fluido que en el Azkena vitoriano, incluidos los cambios de instrumentos y el setlist demostró a las claras los caminos por los que circulan desde sus inicios. Requiebros swing, vuelta a los 50 y una cierta derivación de su sonido a tonadas más calientes a ritmo de ska (“I’m so sorry”) gracias a la trompeta del loco Eddie Tam tam Thornton.

Con el apoyo de los progenitores, Kitty, pelín estática, le daba a las cuerdas y soplaba la armónica con furia (sensual para alguna, que le soltó procaz “quiero ser tu armónica”), Daisy, la muecas, golpeaba los parches y los marfiles y Lewis, comedido, nos gustó más digitando de maravilla a la guitarra que golpeando la minimalista batería. Con estos mimbres se explayaron en el blues (“Got my mojo working”), inmersionaron en el funky grasiento (“Messing with my life”), se zambulleron en el bluegrass con Lewis mandando al banjo y marcaron un pico con el rock revivalista de “Going up the country” que la peña jaleó. De ahí al final fue todo cuesta abajo; más de lo mismo, con unas gotas de velocidad, a veces, conteniendo el ritmo otras, pero siempre cómplices con el respetable. Vaya, que se notaba que estaban cómodos. Dos bises y fin de fiesta con la gente más contenta que unas pascuas y pidiendo más.
Había ganas de jarana, el pincha puso rockabilly y en un visto y no visto se formó un círculo al que salían parejas danzonas al más puro estilo americano; tupés, faldas de volantes y a bailar. Y coño, qué bien lo hacían; daban hasta volatines y todo. Para otra más y mejor.


Por Larrypas

Artículos relacionados