Cuando el rock & roll pase por tu ciudad no lo dejes pasar. Esta máxima se cumple con las grandes estrellas que todos conocemos, por las que la gente espera horas en larguísimas colas, paga precios exorbitantes y acude en masa pastuna desarbolando los medios de transporte de cualquier ciudad media (todavía recuerdo las cerca de tres horas de Bilbao a Donostia para ver al Boss). Por suerte, todavía queda en ese mundo gente superviviente, malditos del rock que a fuerza de pasear su malditismo por allí donde quieran contratarles, consiguen noquearnos con sus propuestas más a pie de calle. Algo así aconteció el pasado sábado en el Kafe Antzokia bilbaino con un perdedor de recia estirpe, Willie Nile.
Poco pudimos catar a los teloneros, The Fakeband, grupo getxotarra de obvias reminiscencias yankis. Oficiaron valientes con 4 componentes a los micros, deambulando por una suerte de americana sostenido en las guitarras y en floridos juegos vocales. Por allí flotó el fantasma de los Jayhawks, resultando mejores cuando más aceleraban el ritmo. Estuvieron bien.
Pequeño, con el pelo cardado hasta el imposible (aquí sigo las indicaciones de mi contraria: “ese pelo ¿natural? Ni harto de vino”) Willie Nile ocupó el escenario y nos dominó con riffs contagiosos, estribillos pegadizos y una actitud que ya quisieran para si algunos “profesionales del éxito”. Sustentado en el ritmo (bajo y batería a lo suyo y sin perder el compás) y en el guitarrista de los Stormy Mondays, Jorge Otero (que se salió en los punteos solitarios, perfecto dando consistencia a las guitarras sobre las que se yerguen los temas), rockeó sin bajar el pistón en ningún momento.
Con el pretexto de la presentación de su último disco “The innocent ones” nos dio una lección magistral de intensidad, de clase y de tronío en la arena antzokiana. Durante dos horas nos desarboló con odas a la guitarra (“House of the thousand guitars”) de ritmo trotón y mensaje diáfano, melancolía al piano (“Love is a train” y una desnuda “Streets of New York” que ganó en intensidad respecto a los bits) y nos lanzó alegatos a favor de todas las víctimas del terrorismo (“Cell phone ringing”). La Telecaster rugía en andanadas, “Singing bell” aceleraba, “The innocent ones” contenía el ritmo en un tiempo medio más cañero que en el disco, el homenaje a Marley (“When one stands”) lo cogía agarrado a la acústica sin notar bajón y como fin de set “One guitar” que nos impelió a corear a grito pelado el, por otra parte, nada difícil coro de na, na, na, na nananana. Y qué a gusto que se queda uno oye.
El bis, que casi tuvo que solicitar la banda, ante lo solícito del pincha del Antzokia a la hora de servir música enlatada, deambuló por las versiones sin bajar el nivel: con los Clash y su “Police on my back” poniendo el colofón a un gran concierto.
Ni un pero se le puede poner, oiga.
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Rocklive.es
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viernes, abril 08, 2011
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