Un año se ha dilatado la presencia de Airbourne por tierras bilbaínas. Unas veces por problemas de salud (justo ahora hace un año) y otras por los escupes del volcán islandés de nombre impronunciable, nos tuvimos que conformar con la presencia del cuarteto australiano en el Azkena de este año, en el que tampoco es que fueran canela en rama. Así que a la tercera ha sido la vencida y la Sala Santana 27 los ha vuelto a programar para alegría de la parroquia más dada a los sonidos duros.
Un año llevan los australianos presentando su último disco, “No guts, no glory”, donde arrasan con los cánones del hard rock a golpe de guitarras. Su sonido deriva hacia un macarrismo más acentuado, más violento si cabe, que en su debut, dejando los ejercicios florales para otros. No inventan nada y sus influencias se notan a la legua (bien difundidas que han sido) pero su rock anfetamínico y energético es de los que te dejan extenuado (o te aburre, que en eso de los gustos cada uno maneja un código diferente).
Donde dicen las crónicas que no defraudan es en sus espectáculos, aunque en el Azkena cursaron un peldaño por debajo de lo esperado (quizás esperábamos demasiado o les pudo las dimensiones del escenario) por monolíticos y poco imaginativos (saltimbanquismo aparte). Por ello, la posibilidad de catarlos en sala pequeña, lejos del gigantismo del festival, era atractiva. Y no lo pensamos sólo nosotros, claro; por allí pulularon desde los rockeros maduros que no se pierden ni una, a los jóvenes barbilampiños pugnando por coger sitio en la primera fila que es desde donde mejor se ven estos saraos.
Cursaron de teloneros Motociclón, rock & roll canalla con el punk inyectado en vena. Lidiaron con la más fea pero salieron airosos del entuerto gracias a su frontman espídico e hiperactivo (no paró el tío). Pero la peña había ido a ver lo que había ido a ver y hasta que los Airbourne no salieron al escenario la cosa estuvo tranquila.
Con cierto retraso saltaron al escenario los cuatro australianos aunque, pese al intento del resto, parece que sólo existe el guitarra y voz, Joel O’Keeffe, frontman desmesurado en el gesto y parco en el riff estiloso. Da igual, los Airbourne son, en este momento, una máquina de sólidos guitarrazos, estribillos pegadizos y show electrizante, que no descoloca (por lo previsible) pero que ofrece al seguidor todo aquello que éste viene a buscar. Joel pudo explayarse a gusto, estrellar varias latas de cerveza en su cabeza, deambular entre el respetable por dos veces y beber de todo (vino, cerveza, Jack Daniels; le daba a todos los palos), mientras atacaba temas de sus dos discos (repartidos al 50%, por cierto). Dieron suelta al boogie deudor de AC/DC (sí, al final lo he tenido que citar) en “Cheap wine & cheaper woman”, al rock & roll frenético de “Born to kill” con la gente dejándose la garganta en el coro y a los estribillos supergen con la peña coreando “Too much, too young, too fast” puños y cuernos hacia el cielo. El resto de la banda a lo suyo, bajo percutor, batería machacona en el ritmo y guitarra rítmica en su papel secundario. Y lo mejor estaba por llegar, con un bis volcánico y tumultuoso; “Running wild” sonó a fragor de batalla y “Black Jack” puso colofón a un show corto (siempre queremos más) pero intenso.
Hora y media (si llega) de concierto, de headbanging demoledor, de atronador sonido y de actitud sin tacha. Si el único debe es el “parecido más que razonable”, bendito parecido.
Por Larrypas
Fotos Airbourne
Fotos Motociclón
Publicado por
Rocklive.es
|
jueves, diciembre 23, 2010
|
Airbourne
,
Cronicas
,
Fotos
,
Larrypas
|
0
comentarios
»
Comparte esta noticia en
Comparte esta noticia en
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios
Publicar un comentario