Se terminó el verano y con él se pone punto y aparte a la programación musical festivalera que en los últimos años ha proliferado como si de una infección vírica se tratara a lo largo de todo el país, acabando de esta manera incongruencias tales como que tres grupos actuando una noche en la plaza de un pueblo conformen un festival y “ahorrándonos” el placer que constituye ver tocando de manera interrumpida desde las cuatro de la tarde de un caluroso verano a dos decenas de bandas que descargan su actuación durante cuarenta minutos, más hora y cuarto de cambio de backline y mini prueba de sonido, como quien fabrica churros en el remolque de una feria patronal.

Decía que se acabaron los festivales, (suspiro de alivio) y las bandas retornan a su espacio natural, que son las salas de conciertos, y con ello empezamos un peregrinaje por ciudades de España en las que poder disfrutar en la intimidad que constituye la reunión de los fieles de una banda o estilo, de la cercanía de un grupo descargando de manera ensordecedora su repertorio a tan solo unos metros de tu cara y al placer de poderse tomar una cerveza en un concierto (preferiblemente botellín brazo en alto) sin tener que obtener previamente un ticket.

Y este año la cosa promete ya que tan solo en los dos próximos meses las giras de Mike Farris, Guns and Roses, Fuzztones, The Brew, John Hiatt, Dan Baird, Drive by Truckers, Imelda May, Y&T, Alice Cooper o Monster Magnet prometen alegrarnos la vida y hacernos olvidar, en la medida de lo posible, lo duro, triste y crudo que es el invierno que se nos avecina.

En mi caso concreto como punto de partida a esta orgía de decibelios tuve la oportunidad de ver en mi ciudad la actuación de los increíbles Nine Pound Hammer, que presentan en estos días por nuestro país su gira de “despedida” tras 25 años de carrera y cinco discos editados. Fue una pena que a última hora se tuviera que apear del tour su vocalista, el impresionante Scott Luallen, debido a las complicaciones en el embarazo de su mujer, y esto propició que el afable Blaine Cartwright, mucho más conocido por ser el cantante de los imprescindibles Nashville Pussy que por formar parte de esta formación, se ocupara de manera muy solvente de las labores vocales junto al bajista Mark Hendricks, alejándose del estilo AC/DC- Motorhead que tiene en la formación en la que acompaña a su mujer, la espectacular Ruyter Suys, y aproximándose a la más oscura tradición redneck del midwest yankee.

Una entrada algo baja en la remozada sala Porta Caeli de Valladolid, que afortunadamente gracias a su nueva dirección va a tener una programación estable de conciertos durante todo el año (Aleluya!!) y el “acostumbrado” retraso en el principio del concierto (como un día empiecen en hora no habrá nadie en el local) dieron paso para que la banda de Kentucky nos barriera a todos como un huracán con una impresionante descarga de música ensordecedora y acelerada en la que las versiones “remozadas” de su nuevo trabajo fueron las protagonistas.

De esta manera pudimos bailar como locos al ritmo de I´m Yer Huckleberry, Rub Yer Daddýs Lucky Belly, Steamroller, la cachonda Drinkin´ my Baby Goodbye o una impresionante versión del Dead Flowers de los Stones (una pena que se quedara fuera su antológica cover del Radar Love) intercalándolas con sus clásicos "Run Fat Boy Run", "Drunk, Tired And Mean", "Folsom Prison Blues", "Surfabilly"… y demostrando que la actitud de los grandes compositores de country (Waylong Jenning, Charlie Daniels, Johnny Cash…) a quien rinden tributo, no está tan lejana de la de los Ramones (ni musical ni intelectualmente) y que ambos universos pueden convivir sobre un escenario.

Nine Pound Hammer son rocosos, agresivos, sucios, ruidosos y sobre todo peligrosos, generando entre la audiencia esa sensación de estar contemplando a una banda de country bluegrass (o cowpunk como les gusta etiquetarse a ellos mismos) puesta hasta arriba de speed y con motosierras en lugar de guitarras. Enlazando los temas sin descanso de la misma manera que enlazan las fechas de un tour agotador sin días libres (“It´s Rock and Roll me decía Blaine mientras conversaba con él antes del bolo) y sin bajar el nivel de intensidad a pesar de que la gente tardó un poco en entrar en calor de su punk hillbilly.

Al final Nine Pound Hammer me hicieron salir de la sala con una inyección de adrenalina puesta y un impresionante zumbido en los oídos, ese maravilloso pitido que te acompaña al día siguiente de que una locomotora te haya pasado por encima.

by beerbeer

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1 comentarios

  1. Anónimo // 3/10/10  

    Buena crónica Fran. De todas maneras a mi sí me gustan los festivales. Es una ocasión de ver una serie de grupos que de otra manera no se podría o a los que no iria directamente por no conocerlos. El Turborock ha sido un buen ejempolo de ello. Eso sí, reconozco que es agotador.
    Larrypas