Por Fran Cea
¿Realmente piensas que el mundo necesita otro concierto más de Nashville Pussy?. Básicos, inmovilistas, viscerales, nada dados a demostraciones técnicas....joder, pues claro que si ,y no soy el único que lo piensa. Nashville Pussy a estas alturas se han convertido en una banda de absoluta referencia en Europa (en su país natal las cosas son bastante diferentes) y si alguien se planteó cuando editaron su debut, hace ya casi 15 años de eso, que serían flor de un día se equivocó de lleno.

 
Nashville Pussy han creado un estilo propio mitad AC/DC mitad Motorhead, y una base de fans fieles que no necesitan tan siquiera de la excusa de un nuevo lanzamiento discográfico para acudir a su llamada como demostró la vitoriana Sala Helldorado, que llenó su aforo en la noche del sábado, repleta de gente en busca de diversión rockera.

Pero esta vez se traían un compañero de cartel especial, Bob Wayne con sus Outlaw Carnies, apenas unos meses después de su anterior tour en solitario y que durante 45 minutos mostró su autodenominado "outlaw country",  realmente una versión personal, sucia y con gran influencia punk del género americano. No trajo como en su anterior gira a su violinista Liz Sloan, reduciendo su formato a cuarteto (también cambió de contrabajista) pero su propuesta ganó en crudeza. Bob ocupó el escenario y se convirtió en protagonista de una banda excesivamente estática, sobre todo su fantástico guitarrista Ryan Clackner, tan habilidoso como inexpresivo (en mi opinión auténtico y genuino creador del shred country), y repasó muchas de sus canciones más destacadas, Devil´s Son, Love Songs Suck, Spread My Ashes On The Highway o la muy coreada Fuck The Law aquí reconvertida en "jode la ley", haciendo un completo compendio de actitud redneck, cercanía y carácter y es que detrás de esta impresionante mole humana vestida con su eterno chaleco de Pentagram y con el nombre de Neurosis tatuado en su brazo se esconde un tipo muy cercano que no saboreará nunca el trozo de tarta grande del pastel musical pero que no creo que deje de girar y contar sus personales historias hasta que "sus cenizas se esparzan por la autopista" como el mismo canta. Hell Yeah!!.


Era mi cuarto encuentro con Nashville Pussy y sin ninguna duda ha sido el más satisfactorio. Sonaron poderosos como siempre pero redujeron su volumen de 11 al 10. Construyeron un set list de hora y media repleto de sus clásicos, sin ninguna pausa entre canciones más que el momento en el que Blaine después de tirarse una cerveza por encima se marcó un cutre baile country sobre el escenario, y sobre todo volvieron a demostrar que son ellos los que más disfrutan con el show.

No pudo acompañarles por enfermedad, como nos contó el cantante en la entrevista que nos concedió,  su impresionante bajista Karen Kuda (una pérdida imposible de cubrir) pero su sustituta de origen colombiano Bonnie Buitrago cumplió de sobras y le hecho muchas ganas junto a Jeremy Thompson que volvió a aporrear los parches con contundencia,  pero todas las miradas se centran en el matrimonio Cartwright y en su complicidad escénica. Blaine como el colega bruto y bonachón que se desgañita frente al micro y la super amazona del rock actual Ruyter Suys encargándose de ser el componente visual de la banda y atrayendo todas las cámaras con sus movimientos constantes, sus poses y una forma de tocar la guitarra tan efectista como impulsiva. Aquí no se trata de hacer el punteo más redondo o el riff más cristalino sino de echarle pelotas y romper con todo.


Empezaron con I´m So High previniéndonos de que la noche sería un subidón, She´s Got The Drugs levanta una ovación y los primeros empujones en las primeras filas y Speed Machine hace que vuele el liquido de alguna cerveza, qué más da aquí hemos venido a eso. Blaine suda y apenas se mueve del centro del escenario mientras golpea su Explorer y Ruyter vuela la pala de su maltratada SG, donde ha colocado una pila de petaca en el lugar de la pastilla de graves, a pocos centímetros de unos objetivos que difícilmente la consiguen capturar. I´m The Man y High As Hell son el punto más álgido de la noche y cuando hacen amenaza de marcharse tras You´re Going Down y a pesar de que tan solo ha pasado una hora todos estamos extenuados pero pedimos más. Es el turno de una versión sucia e infecciosa de Natbush City Limits, gloriosa, y acaban con el himno Go Motherfucker Go mientras Ruyter arranca las cuerdas de la guitarra y rueda por el suelo, dejando claro que no habrá más esa noche.

Nashville Pussy te garantizan una noche de auténtico frenesí rockero y olvidarte de los problemas y la monotonía, te dan vatios descontrolados y actitud a raudales, lo suyo es la lucha cuerpo a cuerpo sin ningún artificio y en épocas en las que muchas bandas viven de imagen es de agradecer. No salvarán nunca el mundo ni entrarán en los libros de historia musical, pero nos depararán en el futuro más momentos de placer y no defraudarán, mucho más de lo que muchos pueden prometer. Yo ya estoy deseando que empiece la gira de Kentucky Bridgeburners para ver la versión gospel de Blaine.

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