Por Fran Cea

El Festival de Música Afroamericana Enclave de Agua es, desde 2008,  la apuesta cultural del ayuntamiento de Soria y desde entonces, edición a edición, ha ido superando sus registros tanto en cantidad de asistentes como en la calidad y apuesta de los artistas a representar. Para los que como yo nos acercábamos por primera vez, tuvimos la fortuna de encontrarnos con un festival de carácter gratuito en el que se cuidan los detalles y no se escatima para el divertimento de sus asistentes. Localizado en una zona cercana al centro de la ciudad, apenas 15 minutos de paseo, y junto a la orilla del Duero se distinguen varias zonas muy bien diferenciadas. Por una parte un emplazamiento pegado al rio, todo de hierba, donde durante la jornada diurna se celebran conciertos, jam sessions, talleres  y diversos espectáculos mientras puedes degustar una bebida en las múltiples teterías que se montan, y que conforman un espacio de ámbito familiar donde la gente se lleva su comida y descansa y disfruta del ambiente. También hay una zona de tiendas de artesanía, que están hasta altas horas de la madrugada, otra de servicios, que a pesar de ser grande en número se quedó escasa y donde habría que reforzar la limpieza, y una  de comida a precios estupendos para degustar desde menús vegetarianos a parrilladas de carne y desde donde, gracias a la instalación de altavoces se puede escuchar lo que ocurre en el escenario principal.

Y es que en este escenario es donde la organización realmente tira la casa por la ventana. Acostumbrado a visitar festivales nacionales de toda índole sorprende que sea el Enclave quien tenga no solo el mejor equipo y técnico de luces (para orgasmo en 35mm de los fotógrafos presentes) sino un montaje de video impresionante que se aprecia en la gigante pantalla que es el fondo del escenario y un sonido sobresaliente durante todo el fin de semana que permitió no solo cambios rápidos entre las bandas sino que todos los instrumentos y artistas sonaran claros y definidos y lo que es importante sin achicharrar los oídos de los que hicimos sesiones maratonianas en el recinto. Sinceramente nuestras más efusivas felicitaciones a los organizadores porque se convierten en este aspecto en referencia clara de los festivales estivales y el llenazo rotundo de los dos días (en total 25.000 personas según la organización) no debe más que animarles a no cejar en el proyecto.



Vayamos a lo musical. Distribuido en dos días el Enclave tuvo un acento marcadamente soul en todo su desarrollo (siendo afro americanos se echó de menos algo de blues aunque de este estilo es cierto que hay mucha más oferta). En la jornada del viernes abrió la programación Anaut, guitarrista y cantante madrileño, que junto a su banda ofreció un concierto soul intenso en lo musical con pretensiones de show time americano anclado en los años 60, y donde el funk  y ciertos elementos jazz se filtran  con fuerza. Tiene una buena banda donde los vientos dan un brillo especial que da fuerza. Presentó las canciones de 140, su trabajo creado a través de crowdfunding y dejó buen sabor de boca.



Más expectación sin embargo despertaba la aparición de la ex Freedonia Aurora García, que desde hace algo más de un año se ha puesto al frente de la banda The Bretrayers (con hasta 8 músicos sobre las tablas) y ha publicado Shadows Go Away, que por lo visto en el Enclave es un compendio de música americana cercano al R&B más festivo y con sentido de musical de Brodway. Aurora tiene mucha fuerza en el escenario, centra todas las miradas y se come textualmente el show con su carisma. Opus Octopus, Ain´t Got no Feelings e incluso alguna versión de clásicos ponen buena nota al show, además tuvo un momento estelar al colaborar con Vintage Trouble en un dueto.



La razón por la que este año me desplacé al Enclave fue poder ver a la banda que supone es la gran sensación musical de este año. Los angelinos Vintage Trouble han sacudido, y de qué manera, los cimientos musicales del mercado y han devuelto, de una patada en el culo, el soul clásico al primer plano. Volver a sentir el feeling de James Brown, la sensualidad de Otis Reeding o Sam Cooke a través de temas nuevos, sencillos en lo musical pero ejecutados con maestría en un formato básico (no hay teclados, ni secciones de viento, ni grandes coristas) que les hace recibir un acento rockero, sucio y lascivo, sudoroso y adictivo, que convierte el concierto en una gran ceremonia que dirige una reencarnación de cualquiera de los mitos musicales de los años dorados (o quizás de una combinación de varios) en la figura de Ty Taylor, por fin un nuevo frontman con auténticas pelotas, capaz de crear veneración por su figura desde el minuto cero y que ha nacido para ser admirado.



Impresionante el despliegue de Ty y no solo en lo vocal, con una voz capaz de endulzar las palabras para a continuación romperse y desgarrar en un grito de los que te ponen la piel de gallina. Pero vamos a poner las cosas claras. He mencionado a James Brown, a Cooke a Redding (y la lista la podríamos completar con Ray Charles o Sly and Family Stone) pero lo  importante es que SON ORIGINALES, no son un refrito ni una recreación (o el refrito de un refrito que es lo que nos suelen vender en la actualidad), Vintage Trouble han creado un disco, The Bomb Shelter Sessions, lleno de clásicos propios que huelen a imperecederos desde el principio, y sobre el escenario los dan una vuelta de tuerca y suenan rockeros y agresivos. Puedes ver a Mr Taylor con su elegante traje de half penny dancer y su sombrero mover sus caderas de manera sincopada y a veces eléctrica, alucinarás cuando se lance del escenario para correr a la torre de sonido y video y trepe para cantar desde arriba mientras su guitarrista Nalle Colt se revuelca por el suelo, y la gente perderá el conocimiento mientras baila entre espasmos Blues Hand Me Down, prende fuego con Pelvis Pusher o Run Like The River en el más claro ejemplo predicador, olvídense de suaves melodías para susurrar al oído, esta gente viene para hacer sexo sucio y salvaje, de ese que te hace sudar.




Esto es una ceremonia de rock con mayúsculas a cargo de una banda que ya es grande y que después de esta gira de aspecto eminentemente promocional, donde muchos de sus shows han sido gratuitos, solo les falta un segundo disco a la altura de su debut para reventar escenarios de gran tamaño. Sus fans se hacen llamar Troublemakers, después de esa noche se pueden contar unos cuantos miles de pirómanos más. Por cierto, impresionante el detalle de aguantar más de una hora en el puesto de merchan firmando y fotografiándose con todo el mundo.



Para la jornada del sábado la organización nos tenía preparado un cartel de los más bailable. Adrián Costa había estado durante la tarde haciendo de las suyas en el segundo escenario en una jamm session y para su actuación en el principal nos deleitó, en formato trío, de un show muy  orgánico y decidido a hacer disfrutar. El ex Rey del K.O. no cesó de mostrar sus habilidades a la guitarra y abusó en cierta manera de desarrollos largos y de las versiones. Es cierto que el ambiente festivo lo propiciaba pero al final la imagen quedó parcialmente desdibujada. Es un artista de primer orden y  defender su repertorio considero tendría que ser su mejor opción, eso sí, puso a todo el recinto a bailar y saltar con su simpatía.



Tenía ganas de ver a Myles Sanko. Lo que había escuchado de él me gustaba. Tiene ese acento británico que les sale a los de las islas cuando hacen música del otro lado del charco y además cuenta con una voz de esas que se mete en el cerebro. Acompañado de una banda solvente en la que los vientos y el hammond fueron protagonistas Myles demostró su talento pero también su entrega y que, muy importante, tiene canciones. Cargado de carisma y elegantemente vestido sudó para interpretar las canciones de su nuevo trabajo Forever Dreaming, recordando el estilo de Al Green (del que interpretó un Take Me To The River estratosférico) y por momentos al  Terence T D´Arby más funky/soul, pero todo con una elegancia soberbia y muy buen tono, cálido y vibrante. Tuvo el acierto de no abusar de los medios tiempos y dirigir su repertorio a los temas más bailables (Save My Soul, Take A Look At Me Now...). Mucho sentimiento y un artista de esos que en la corta distancia de un club tiene que ganar y mucho en su propuesta.



Para cerrar el Enclave 2014 la organización había diseñado la tormenta de diversión perfecta. Hypnotic Brass Ensemble son la típica formación de la que no creo que te compres muchos discos pero en directo te matan. 10 músicos sobre el escenario, al menos media docena de ellos hijos del trompetista Phil Cohran, de los que al menos ocho se reparten trompetas, saxos, trombones y tuba y generan un coctel de soul, funk, hip hop y ritmos latinos aparentemente desordenados en una jam eterna pero perfectamente ensayada para hacer bailar. Además interactúan constantemente en el escenario siendo en si mismos un espectáculo y defienden en sus proclamas los derechos civiles de la comunidad negra con un contenido social cada vez más difícil de ver en las bandas yanquis. Poco prolíficos a aparecer en festivales pusieron literalmente el Enclave patas arriba y fueron un gran colofón a una programación acertada. Ahora a esperar la edición 2015. Allí estaremos.




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