El segundo problema de Los Mambo Jambo es cómo enjaular a la bestia del directo en una grabación. Es éste un problema irresoluble. Hay temas que, al escucharlos, uno piensa en cómo van a sonar en directo pero, de repente, caes en la cuenta de que te has pasado la tarde escuchándolos lo-fi en casa o viajando día tras día en tu coche. La pegada del grupo se ha visto expandida por los matices. Ya pasaba en sus últimos bolos y en este disco es evidencia palmaria.
El tercer y último problema viene del propio carácter de la música instrumental. Problema que es su razón de ser, y del que Los Mambo Jambo han hecho su particular cruzada. Sin letra, sin relato, la música lleva al oyente a un mundo personal y evocativo, le coloca en un escenario que le exige algo más que estar vivo y tener orejas. Esta banda no tiene un estilo y un género definidos en los que poner el piloto automático. Su curiosidad melómana hace que la paleta de influencias, colores, préstamos y descubrimientos sonoros nos exija aceptar que el mundo de Los Mambo Jambo es, única y exclusivamente, artístico y cambiante. La evocación del universo de este combo nos lleva, por ejemplo, a una noche que nunca vivimos, a un local que no existe, siendo quienes no somos. Nos pone alerta. Su audición es nuestra propia aventura, el caleidoscopio de nuestro mundo adquirido, soñado, evocado. La escucha nos transporta a películas, otras músicas, libros y acuarelas. Porque la propuesta es claramente artística. No hay nada cotidiano en la música de Los Mambo Jambo. Todo es excepcional, único, hermoso y atemporal. Demasiado caro para ponerle precio.
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