Después de un largo (o eso me ha parecido a mi) periodo en barbecho, el pasado martes tocaba volver al redil antzokiano, no en vano la propuesta era estupenda. Alejandro Escovedo y The Bellfuries pasearían por la capital del mundo rock americano, rockabilly espasmódico y tradición guitarrera. A ellos se sumaron, por sorpresa (por lo menos para mi), Don Antonio, el combo que acompaña a Escovedo en esta gira. Y a fe que lo pasamos bien, aunque tras una vuelta por las redes sociales a todos no les pareció lo mismo. Esto es lo que vimos.
Saltaron The Bellfuries con cierto retraso pero con punch y durante 45 minutos nos convencieron con tonadas que se remontaban a los albores del estilo. Por allí zumbó el rockabilly danzón, la melosidad más romántica, el honky más trotón (“Baltimore”) y la intensidad de la guitarra (“Beaumont Blues”). Excelentes en sus instrumentos, destacó el guitarra solista con solos místicos y ensimismados de sencillez apabullante y una voz distinta que le sentaban muy bien a los temas. Buen comienzo.
Finalmente Alejandro Escovedo saltó a la palestra al frente de un quinteto, saxo incluído, que mostró poderío, exhibió músculo y bajó un pelín la intensidad cuando se armó de la acústica, aunque fue ahí cuando tocaron uno de los temas que a mi más me gustan, “Down In The Bowery” (que dedicó a su hijo Diego que le lanza la pulla de que hace “música para viejos”). Fueron más de cien minutos principiados con músculo en un alarde de distorsión eléctrica de intensidad desbocada, con temas (“Horizontal”) del álbum que presenta en esta gira (“Burn Something Beautiful”) . Y por el medio del show llegó el set acústico con “Sister Lost Soul” de Chuck Prophet, su viejo amigo, y con la que homenajearon a Chuck Berry. Medios tiempos que restañaron las heridas eléctricas y homenajes varios; la dedicada a su hijo y otra a los Bellfuries y a la escena de Austin (Texas) (“Bottom Of The World”).
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