Por Larrypas
The Fleshtones siguen fieles a su cita anual con el territorio patrio y el pasado viernes sentaron, de nuevo, sus reales en el Kafe Antzokia bilbaíno ante una peña entregada, mixta y que prácticamente llenaba el local. Primera parada en su andadura por la piel de toro para la que traen bajo el brazo su última digital, “Wheel of talent”, que nos atiza con lo mejor del discurso Flestones. Ritmos mestizos con la solidez como bandera en el que conjugan ritmos de garaje, rock con mayúsculas y dosis de ritmanblues que inoculan al respetable el virus del baile.
La de Bilbao fue su primera parada en una tourné que les llevará más de veinte fechas, muchos kilómetros a cuestas y litros de sudor. Y es que lo físico sigue presente como bandera de un show taquicárdico, pleno y siempre en ebullición. Este año, empero, entre que había mucha peña, las escaleras plagadas de abrigos, gabardinas y ropajes de distinto pelaje, se dejaron los alardes en las flexiones y correrías varias (aunque principiaron subiendo al gallinero del Antzokia). Aun así, Zaremba & Co. hicieron de las suyas, giraron y nos hicieron girar como peonzas, dejaron el micro para disfrute de la concurrencia, se arrimaron a las chicas y casi provocan un estropicio con los monitores de escenario.
Abrieron puntuales los teloneros Dr. Maha’s Miracle Tonic, que, durante una hora, ofrecieron un set en el que tuvo cabida rock primigenio, versiones de los Beatles y diversión a raudales. En formato quinteto (guitarra, bajo, batería, violín y banjo) y ambientados en los primeros años del siglo pasado, ofrecieron un espectáculo con tintes de vodevil, fresco, divertido y nada pretencioso en el que nos intentaron colocar su tónico, cantaron a los muertos “vestidos” con caretas zombie en “El mambo de los muertos” y nos inyectaron las ganas de catarlos sin la expectación del grupo estrella.
Y los Fleshtones hicieron su aparición para, durante noventa minutos, noquearnos otra vez, y ya van unas cuantas. Abrieron locuaces con “Hitsburg U.S.A.”, desparramaron en el rock quedón de coros reconocibles (“Pretty, pretty, pretty”) y deambularon garajeros por su último disco en el obligado tributo a sus ídolos (“Remember the Ramones”). Entre idas y venidas de Zaremba departiendo entre el público, aporreando los teclados y compartiendo la batería, Keith Streng trotó rocoso en el riff y se desgañitó al micro y el estiloso Ken Fox, con botines de purpurina morada, paseó palmito, atizó bronco al bajo y no desentonó a la voz.
Por allí cayeron temas de todas y cada una de sus épocas y muy poco fue lo que picaraon en su última galleta musical. Triunfaron en el garaje con guitarras fuzz, Zaremba sopló la armónica limitado pero molón y, ya desmelenado, se bajó a darse un baño de multitudes cuando nos quiso enseñar a bailar el twist tras trasegar líquidos oscuros con apariencia de cubata. Y es que lo de estos tipos es de otro planeta en el depauperado mundo del colorín musical; sus conciertos son pildorazas de energía y, como decía en una crónica anterior, “te cansas solo de verlos”. Y bendito cansancio cuando se acompaña de ritmanblus orgiástico en el ritmo “Allright”, instrumentales surf cargados de mala leche y de ritmos pop mezclados con engrudo garajero en “I was a teenage zombie”. Fin de fiesta, bises varios, más desparrame y una buena dosis de adrenalina en los cuerpos.
Rock on.
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