Por Larrypas
Que la sala BBK es un excelente espacio para escuchar música es un hecho y no nos hemos cansado de glosarlo aquí repetidas veces, pero no es menos cierto que algunos espectáculos ganan en salas al uso, con el respetable de pie, moviendo los idem, calentando el ambiente. Algo de eso pasó en el set que John Hiatt nos despachó con vehemencia, correspondida comedidamente por la peña (público “muy educado” nos llamó extrañado), el pasado lunes día 9. A punto de cumplir los sesenta años, aparecía por fin en Bilbao el bardo americano con buen aspecto, en forma y con la voz caliente tras una gira que le está llevando a recorrer Europa de arriba abajo (si ha estado alguna vez en Bilbao que alguien me enmiende la plana, pero con cariño).
En una sala abarrotada en la que se colgó el “no hay billetes” Hiatt repasó en hora y tres cuartos su trayectoria musical, picando en los discos de todas y cada una de sus etapas, eligiendo los temas con tino, ora electrificando su propuesta, ora regocijándose en los temas más íntimos, pero siempre dotándolos de alma, de soul. El trío acompañante (el que hacía los coros y afinaba las guitarras no cuenta, a pesar de que tuvo su espacio en las presentaciones) descolló con clase en especial un Dough Lancio a la eléctrica y mandolina que sobrevoló pujante, rellenó espacios y punteó vibrante, sirviendo de apoyo a un Hiatt implicado, pleno al micro con a sus peculiaridades (en algún sitio he leído que él siempre ha pensado que canta mal).
Así, un Hiatt sobrado tiró de cancionero, enlazando la melodía de “Master of disaster” con el ritmanblus rasposo de “Tennessee plates”, atemperó el rock aguerrido de “Real fine love” con la simpleza acústica de “Down around my place” y nos regaló perlas en la mejor tradición songwriter americana (“Dust down a country road”, “Adios to California”). Su propuesta respiró tradición, se magreó con el boogie, destiló soul y cosechó el country, que de todos ellos se nutre, dando como resultado un caleidoscopio sonoro aderezado con buenas letras y estribillos pegadizos que la peña disfrutó con recogimiento, explotando siempre al final de los temas en ovaciones cerradas.
Tejió melodías diáfanas y atemporales, sometió la distorsión a sus designios en una impactante “Perfectly good guitar”, nos embarcó en un viaje a Memphis (“Memphis in the meantime”) y nos embaucó con los tres primeros acordes que aprendió cuando tenía “diez y uno” años embutidos en un clásico “Slow turning” que sobrevoló exultante la sala con su estribillo pegadizo y su melodía saltarina. Fin de fiesta y un bis para recordar con un “Have a little faith in me” eléctrico, contundente y en continuo crecimiento (lástima de piano), con la guitarra en primer plano y que consiguió, por fin, que la gente se pusiera en pie y ovacionara al grupo durante más de dos minutos. El “Riding with the king”, versioneado por Clapton y B.B. King (Hiatt lo recordó y lo agradeció) puso el colofón a un concierto que, sin lugar a dudas, quedará situado en uno de los escalones más altos de un podio con los conciertos más recordados del año.
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