Por Fran Cea
Que Billy Idol actue en una sala llamada Rock Star debería ser catalogado por la R.A.E. como una auténtica reiteración lingüística porque a pocos músicos del "star sistem" les queda tan ajustada la definición como al británico. Sinceramente no tenía esperanzas de verle actuar en nuestro país y mucho menos en una gira de salas (esta era su primera visita a España) así que la cercanía de la Rock Star de Bilbao fue una auténtica gozada para una audiencia que aunque no llenó el recinto si respondió en buen número (tengamos en cuenta de que hablamos de un martes de Julio) a la llamada de una banda de categoría (ahí estaban su inseparable Steve Stevens, en mejor forma física de la esperada, a la guitarra, el tatuado Jeremy Colson a la batería e incluso el gurú de la producción Derek Sherenian a los teclados) y que disfrutó de casi dos horas de concierto en el que Idol repasó su exigua carrera en solitario y muchas de las canciones que formaron parte de la carrera de Generation X.
El aspecto de Billy Idol es inmejorable a sus 57 años; está delgado, fibroso y vocalmente recuerda al cantante de hace unas décadas. Se mueve de manera incesante por el escenario e interactúa de manera constante con su guitarrista Steve Stevens, el único de la banda que se atreve a intentar quitarle algo de protagonismo a sabiendas de que tiene méritos y capacidades para ello.
Ready Steady Go y Dancing With Myself, dos temas de los Generation X, dieron comienzo a un show que quizás por su extensión tuvo excesivos altibajos ya que dividir la presencia de sus grandes singles en dos partes, Flesh For Fantasy (uno de los momentos estelares de la noche), Sweet Sixteen (en formato acústico) y Eyes Without A Face (aquí me sobraron los coros femeninos pregrabados) en el primer tercio del show y dejar para el último tramo los imprescindibles Rebel Yell (solo por escuchar esta canción en directo ya merecía la pena pagar la entrada aunque la alargara en exceso) y los bises de White Wedding (que empezó en acústico pero acabó como un cañón) y Mony Mony, dejó un espacio central que no consiguió mantener la intensidad máxime cuando la versión de L.A. Woman sonó excesivamente electrificada y "jevilona" y la parte más rockabilly de King Rocker y Running With The Boss Sound no engancharon a pesar de que Idol cambiara una vez más su vestuario (en total fueron casi una docena de camisetas y camisas diferentes a lo largo del show) para parecer salido de una versión macarra de Grease.
Y sin embargo Idol tiene tal carisma escénico que es capaz de acaparar todas las miradas durante esos momentos a pesar de que Steve Stevens (este tipo es casi tan grande como su peinado!!) se arrancara con varios solos de guitarra (excelente el de Blue Highway y algo fuera de lugar el aflamencado después de la versión de The Doors) y dejara claro que era otra de las figuras de la noche. Pero es que Billy Idol conoce muy bien su oficio y no dejó de acercarse a las primeras filas a chocar las manos, repartir miradas y gestos y agradecer un apoyo incondicional que los años de inactividad no parecen haber minado.
Billy Idol no esconde que a día de hoy sigue rentabilizando los beneficios que dos discos impresionantes le dieron hace casi ya 30 años pero al menos se muestra cercano, enérgico y con la capacidad de ofrecer un gran show de rock con tintes punk y new wave. No sé si volverá a pasar por nuestro país de gira, o las expectativas de afluencia eran mayores de lo obtenido, pero si vuelve a acercarse y queréis ver un auténtico show de rock "old scholl" no deberíais perdéroslo.
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