Mañana del domingo. Siguiendo una buena costumbre me bajo al bar a desayunar y leer la prensa y nada más entrar en la tasca, Springsteen me saluda sonriente desde la portada de todos los periódicos que hay en la barra. ¡¡Ya estamos!! Me he vuelto a perder el concierto del año en el País Vasco (e igual es verdad). Me lo dice todo el mundo: mi mujer, los amigos, compañeros/as de trabajo, familiares y a la panadera le veo también las intenciones. Pero no señores, que a mi no me pillan otra vez. Que le he visto dos veces (la segunda regular tirando a mal), que 90 euros no pago, que los estadios no son lo mío y que ya estoy viejuno y los viajes me tiran para atrás (¿me equivoqué? Puede). Así que para quitar el yuyu me desquito contándoles que yo el viernes fui a ver a Zach Williams & The Reformation en la sala Azkena bilbaína. Reacción unánime: pero eso, ¿qué es lo que es?
Nchtsssss y ala a contarles que el bueno de Zach y sus Reformation es uno de los grupos punteros en el nuevo rock sureño que últimamente abunda, que sus directos son potentes y directos al estómago, que Zach desparrama a la voz, que las guitarras nos zahieren con punteos aguerridos y que su show es una maquinaria bien engrasada de rock sin contemplaciones. Una gozada para el que esto escribe pero no suficiente para que el grupo contara con una audiencia estimable. Y es que poco más de un cuarto de entrada es lo que había en la Sala Azkena.
Pero, pelillos a la mar, que durante hora y veinte minutos, surcaron su última rodaja digital casi al completo, repasaron temas antiguos y demostraron su respeto a los mayores con versiones resultonas de The Band (“The weight”) y de los Mountain (Mississippi Queen). Pasaron del rock cotundente a baladas sangrantes (“Picture perfect“), descollaron con guitarrazos efectivos de boogie ferroviario (“Gravy train”), soplaron la armónica en el marasmo fuzz (“Mason Jar”) y nos noquearon con rockansoul marca de la casa, con reminiscencias a un Mike Farris con músculo. Su música es banda sonora de carretera, de horas al volante en pos de un concierto, de locales mil veces vistos en películas al uso, de esos en los que el grupo está protegido de los botellazos por una rejilla. Con estos mimbres “Motels & highways” nos noqueó, con Zach dejándose la voz (aún estando pelín frío durante todo el set) y el grupo paladeando el crescendo en el que se habían metido. ¿La cima del concierto? Y del fin de semana, aunque yo no fui a Donostia a ver al boss…
Por Larrypas
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