En trance estuvo la parroquia ante la visita del chamán folk James Taylor al Palacio Euskalduna bilbaíno. Parroquia madurita en su mayoría y con posibles, que pagar hasta 70 euros no está al alcance de cualquiera, pero que disfrutó de un concierto lánguido pero no exento de calidad. Y allí se dejaron las palmas aplaudiendo, las gargantas con los bravos de rigor, y más pasta en un puesto de merchandising a la altura de las estrellas con camisetas a 30 euros, tazas y demás parafernalia nostálgica. Echamos de menos, por cierto, algún puestillo de camisetas piratas, más baratas y más chulas la mayor parte de las veces, como con Neil Young en Donostia, aunque no sé si llegaría a cuajar entre un respetable maqueado con galanura.
Así entre consejeros del Gobierno Vasco, estrellas de la radio y algún rocker (por allí estaba Gari de Hertzainak con la familia), James Taylor acudió puntual a la cita y, tímido, apareció por el escenario con sus escuderos a los teclados, bajo y batería, que merecen mención aparte por su consistencia y calidad en fraseos sutiles y por su contundencia en los momentos más rockeros del setlist.
Se arrancó con elogios a la villa y al local y tras encasquetarse la guitarra susurró al amor, glosó a su padre aun sin saber exactamente por qué (“Walking man”, “The frozen man”), nos recordó a todos lo poco que le gusta el final del verano y se asentó en su territorio con una “Carolina in my mind” que subyugó con instrumentación minimalista. En la mejor tradición del cantautor americano, Taylor nos condujo por el softrock que tan bien domina, con pinceladas country por aquí, tonadas soul por allá versión de los Drifters mediante (“Up on the roof”), con el folk como bandera y con una voz con poso que poco ha perdido con el paso del tiempo.
Pero ¡oh sorpresa! El blues también tuvo cabida. En formato eléctrico y con una preciosa Telecaster, la estrella se lanzó a por él eligiendo la vía de un J.J. Cale edulcorado, hizo un amago de scat y sopló la armónica con fundamento, en dos temas con boggie elegante. Su única salida del guión soft sonó refrescante, aunque el pico del show para el que esto teclea se escribió en una bella “Sweet baby James” de su primer disco, con él solo a la guitarra.
Tras el descanso de veinte minutos, Taylor volvió con bríos nuevos, hincó el diente en su discografía primigenia y se lanzó a un rush final que…. al menda le gustó menos. Aun con momentos chulapos (una “Country road” in crescendo) e instropecciones a la guitarra (“Something in the way she moves”), el suave country de “Mexico” no cuajó y su hit “You’ve got a friend” me sonó pelín deslavazado. ¿Motivos? Vaya usted a saber, el caso es que a mi no me llegó igual que la primera parte. Se resarció en el bis, donde destacó una vivificante “How sweet it is” y una preciosa “Close your eyes” que, mira por donde, me recordó a los Avett Brothers.
Marco incomparable, bonito concierto y si hubiera sido por el respetable, habría salido a hombros.
Por Larrypas
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