Haciendo caso omiso a los acúfenos que de un tiempo a esta parte son mis compañeros fieles, y a riesgo de incrementarlos o potenciarlos como bien dice el otorrino, el jueves tocaba rock & roll. Y es que visitaba la capital del mundo, Bilbao, JD McPherson, adalid y caballero andante del estilo, capaz de llenar salas por todo el estado (El Sol) y de que todos los cronistas, blogueros, periodistas musicales y demás ralea (ojo, que me incluyo) se hagan eco de su presencia y nos canten alabanzas de sus conciertos. Así que tocaba visita al Kafe Antzokia.
Recoger la acreditación, tomar un café y para adentro. Y la primera sorpresa, a media hora del inicio del set el local estaba vacío. La cosa se recuperó con el paso de los minutos, claro, consiguiendo una media entrada larga pero sin llegar a los niveles de aforo de las otras citas del estado. Deambularon por el local rockers de tupés endomingados y vaqueros con el bajo vuelto, peggysues en traje de faena, los asiduos y fotógrafos, muchos para lo que se cuece últimamente en las noches bilbaínas.
Se apagaron las luces generales, se encendieron las del escenario y aparecieron en escena, como quien no quiere la cosa, los cuatro oficiantes. Se encasquetaron las armas y nos descerrajaron una sesión de rock & roll atrevido, bebido de las fuentes primigenias del estilo, en donde tuvo cabido todo el corolario del mismo. Especial meción a Jimmy Sutton, productor y contrabajo del disco, que percutió con su instrumento cual taladradora, movió (al grupo) y se movió, machacó el rock, sonó delicado en el roll y cumplió como cantante en un par de temas. El batería (Alex Hall) a lo suyo, como los buenos, al trabajo en la sombra del ritmo y el saxo (Jonathan Doyle) espectacular en los solos y creando ambientes, rellenando huecos, regateando espacios sonoros.
Y JD amalgamando todo el cotarro, con fraseos precisos a la guitarra, estupendo a la voz, logrando hacer vibrar y bailar a la peña con su recreación del sonido fifties. No le tiembla el pulso al acercarse a su idolatrado Little Richard en “Fire bug”, al adentrarse en el pantano en “Country boy” y al escarbar en vestigios soul en una versión estupenda del “A gentle awakening” donde sólo echamos en falta el piano (Koldo Hellyeah lo dijo: “con un piano ganaría la ostia”).
Principió el concierto pelín frío, con un “Dimes for Nickels” falto de punch (se le rompió una cuerda a la Telecaster, sirva de excusa), pero fue coger breada y lanzarse a la brava a por el show que nunca estuvo en la cuerda floja, que manejó con soltura, soltando trallazos rockabilly, fraseos blues y swing danzón. Cayó todo el disco, Sign & signifiers, reconciliándonos con la parte lúdica del rock & roll, esa que nos hace sonreir, cantar y bailar con ritmos fácilmente tarareables (“North side gal”) pero siempre respetuosos con sus mayores (“Wolf Teeth” en homenaje a Howlin’ Wolf y covers varios de Bo Diddley, The Bellfuries, Art Neville, etc.). Hora y cuarto (poco más si no recuerdo mal) de concierto, corto, pero ya se sabe: menos es más o aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
Visto lo visto, esperamos con ansia su próximo disco y ¡Que no decaiga!
Por Larrypas
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