
Principió el concierto con la banda al frente, sin su líder, en un ejercicio de estilo pero falto de alma. Descollaron en ese momento Tony Remy a la guitarra y el trombonista Winston Rollins. Los demás, pues ni fu ni fa, hasta que explosionó el batería (ya con Bruce en el escenario), una fiera que lo mismo machacaba los parches que derrochaba delicadeza en el ritmo.

La estrella del cotarro salió tras tres canciones, tímido, menudo y con el paso de la edad claramente apreciable. Y así de buenas a primeras nos soltó una de las cimas del show, una “Theme for an imaginary western” de su primer disco en solitario, sentado al piano y con acompañamiento minimalista. Y la peña empezó a salivar; si esto empezaba así y la cosa iba in crescendo, como suele ser lógico, el concierto sería la bomba. Pero no, la cosa quedó un poco a medio camino. Fue coger el bueno de Jack el bajo y la cosa derivó hacia un sonido machacón, muy alto, con un protagonismo del bajo atosigante, del que no se libró ni su voz, depauperada por la edad.

En casi dos horas de concierto, no cupieron muchas variaciones de estilo pero, cuando las hubo, marcaron hitos en el mismo. Así, el espectáculo sonoro se levantó a lomos de psicodelia con versiones de Cream. “We’re going wrong” sonó hipnótica, deviniendo en hiriente con guitarra épica y rasposa (la mejor de todo el set para el que esto escribe), arropada por el bajo machacón de Jack y batería contenida; “White room” sonó como en los viejos tiempos, aun con la pérdida de fuelle en la voz, y “Sunshine of your love” nos devolvió los riffs de guitarra reconocibles, restañando heridas con el respetable, que la disfrutó.

Buen comienzo por tanto de la nueva descarga del Music Legends, aunque sin la brillantez que nos brindaron los conciertos de la primera edición. Y la cosa sigue con Fairport Convention y Rickie Lee Jones, ya que la cita con John Cale parece que habrá que dejarla para otra ocasión.
Por Larrypas
Grande Jack Bruce. Me habría gustado estar ahí.
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