Atraido por las buenas críticas a sus discos y por las excelente crónicas de sus conciertos, me sentí impelido a acudir al concierto de los ingleses The Brew a celebrar el Kafe Antzokia bilbaino, que presentaba una entrada estupenda. Por allí deambulaban desde los veteranos asiduos a todo tipo de cotarros (y es que nos vamos conociendo, aunque sólo sea de vista), jóvenes barbilampiños (efecto llamada del jovencísimo guitarrista del combo, Jason Barwick) y críos a los que sus padres no dejaron acudir solos (buen motivo para una escapada y, si encima te gusta el percal, mejor que mejor).
San Spotify vino en mi ayuda y encontré una banda potente a la que se le nota en exceso las fuentes de las que ha mamado, lease Led Zeppelin, Hendrix, Stevie Ray Vaughan y así hasta agotar el listado. No aportan nada nuevo, pero derrochan toneladas de energía que había que ver si sabrían canalizar en sus conciertos.
Con cierto retraso saltaron al ruedo del Antzokia como los buenos, con el cuchillo entre los dientes y a matar. El dúo padre/hijo (bajo/batería) en su sitio, marcando la línea por la que desparramaría el bueno de Barwick, al que, ya desde el inicio, se le notaba sobrado. Pero el caso es que, de salida, nos descerrajaron tres CANCIONES (en mayúsculas) como tres soles, directas a la cabeza, que nos hizo relamernos del gusto sólo de pensar en lo que podría venir. “Every gig has a neighbour” es un tiro, y “Surrender it all” baja el pistón, pero no el calibre de las balas. La cosa pintaba bien y el respiro que se tomaron después parecía lógico. Pero les debió sentar mal ya que, aun manteniendo un ritmo frenético, el show truncó en arrebato guitarrero.
Y que Barwick es un artista de la guitarra es de perogrullo (toca lo que quiere y como quiere) pero peca de juventud (bendito pecado), de querer demostrar lo que otros han conseguido con el paso de los años, con el poso que sólo da el tiempo. Así que a partir de la quinta o sexta canción, se embarcó y embarcó al grupo en una jam de línea contínua, caminando por sendas que sus compañeros no refrenaron. Las canciones pasaron a un segundo plano, ya no eran apisonadoras en plena faena, sino simples vehículos para para el lucimiento del hacha, y el concierto devino más en páramo castellano (por lo monótono) que en escarpadas cumbres (por lo de los picos, de tensión). El caso es que este virus se inoculó en su, también, joven compañero de las baquetas que nos regaló el solo de batería de rigor, que, nunca me cansaré de repetir, son un auténtico coñazo.
Esta podría haber sido la reseña del concierto que pudo ser y no fue. Pudo ser un ejercicio de rock & roll (que lo fue por momentos), de blues centelleante (que también), de vuelta a unas raices, por lo que se ve, más vigentes que nunca, y se quedó en un inicio deslumbrante que, poco a poco, fue perdiendo luminosidad en aras del virtuosismo. Por allí pasearon los ecos a Jimi Page (con Barwick tocando la guitarra con arco de violín), al Vaughan más desmesurado y a Jimi Hendrix, versión de Voodoo Chile mediante que no remató.
A ver si la edad y la experiencia mitigan estos pecados de juventud que ¡quién los pillara!
Texto y fotos Larrypas
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