Comienza bien el año para la grey rockera. Para quienes disfrutamos de ello, el rock se atisba en el horizonte con altas dosis de calidad en frasco pequeño. Last Vegas, Fleshtones y Diamond Dogs en febrero, amén de multitud de grupos, bandas tributo y directos varios que nos acogotan y nos ponen difícil la elección. Pero el pasado viernes 13 la cosa estaba clara para quien esto teclea. Pisaban el Kafe Antzokia bilbaíno la tradición sobrevenida de John Doe y el histrionismo celestial de los Slim Cessna’s Auto Club, a quien no pude degustar en condiciones en el Festival Turborock del año pasado por mor del horario infernal en que se programó.

El papel de telonero le cayó a John Doe que se plantó en el escenario con una banda sugerente: chica a la voz y coros, guitarra, slide guitar, bajo y batería, y en una hora, minuto arriba, minuto abajo, nos descerrajó la vertiente más rockera de su repertorio, dejando a un lado su parte melancólica de nuevo crooner americano de su último disco. Y mejor, porque el “desconocido” nos estampó un concierto trufado de rock contemporáneo, de tonadas aderezadas por la voz solista femenina y por ambientes elegantes, sobre todo cuando la slide guitar tomaba el mando de las operaciones.

Cayeron temas de su última galleta digital, “Keeper”, siempre con las guitarras al frente, rock & roll polvoriento que plasma en música el desgarro y la desesperanza de carreteras abandonadas y moteles grises.


También hubo tiempo para volver a la tradición y, ya con la acústica, versionear a Johnny Cash (“I still miss someone”), lanzar alguna otra andanada country y destilar buen gusto en los arreglos. Un concierto estupendo, de perro viejo; una gozada, oiga.

Y turno para los Slim Cessna’s Auto Club que en hora y media pusieron patas arriba el Kafe Antzokia con una suerte de dramatización de su música que fue azote de fotógrafos, burlesque crápula, celestina crepitante y egomanía divina y celestial. El show, sobre los hombros de dos frontman incansables (en especial un Jay Munly demacrado y macilento que se desgañitó, soliviantó al respetable, lo magreó y lo incitó a la lascivia), transitó por el hillbilly volcánico, el country ortodoxo pasado por la túrmix del punk, el psychobilly más alucinado y el bluegrass menos académico que se pueda imaginar.

Ritmos crepitantes que surgían de la guitarra pecadora de doble mástil que se redimía con su decoración holográfica con el Corazón de María y el Sagrado Corazón, con el bajo y la batería retumbando en el cielo antzokiano y el teclados chandalero (había que verlo para creerlo) pelín perdido en el maremagnum sónico. Reverendos de este aquelarre sónico, Munly y Slim Cessna destilaron gospel psicalíptico en “My last black scarf”, contradictorio sí, igual que sus toscos goterones de soul palúdico sobre tonadas country en “A smashing indictment of carácter”.


Títulos largos y sinuosos para canciones directas al cuello y que enganchan al respetable con coros tribales (uh, ah, uh, ah…), ritmos sincopados, banjos y guitarras rugosas de aristas cortantes.


Hora y media que se hizo corta, entre canciones bruscas, bajadas al patio a retozar con el respetable y llamamientos a la religión del rock & roll. ¡¡¡ALELUYA!!!

Por Larrypas

Pase diapositivas John Doe



Pase diapositivas Slim Cessna's

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