Se preveía noche bucólica en el Kafe Antzokia bilbaíno para ver en concierto a los Herman Dune, en horas altas tras la aparición de una canción suya en el buenrollista anuncio de una marca de cerveza. Y ciertamente, en principio, eso es lo que acercó al que esto escribe a este dúo. La canción estaba bien y, San Spotify mediante, inoculó las ganas de buscar algo más, correspondidas con un último disco que derrochaba candidez y buen hacer (cayó a la saca en formato vinilo y con extras en formato de libreto con pinturas y demás). Su paso por Bilbao era una buena oportunidad para catar en directo a un grupo sin aristas que lo mismo bucea en el rock simple de Jonathan Richman, que nos seduce con sonidos monocordes que lo asemejan a unos Feelies sin punta.


Media entrada, tirando por lo alto; muchas chicas jóvenes (vamos que daba gusto mirar la platea), modernillos de pantalón pitillo y gafas de pasta y aires intelectualoides por doquier, conformaban la audiencia de un concierto que comenzó tarde por mor de dos grupos teloneros. Vamos que ¡¡a quién se le ocurre!! Será la edad.

A eso de las 23:30 aparecieron por allí el dúo en formación minimalista, solamente acompañados por el bajo, en un escenario parco, y durante hora y cuarto desplegaron sus argumentos para dejarnos más que satisfechos. Y es que la candidez y el tono naif de sus discos no se plasmó sobre el escenario antzokiano y de buenas a primeras nos sacudieron con un latigazo eléctrico que tuvo que descolocar a más de uno (a mi el primero que conste). Riffs pegajosos, solos contenidos y la línea de ritmo retumbando por doquier. Sorpresa para el que esto teclea.


Después, “Tell me something I don’t know” chispeó contenida con la guitarra en primer plano, marcando el camino eléctrico por el que transitaría todo el show. Pop de guitarras perfectamente ejecutado, canciones tarareables y estribillos pegadizos. Lo que no estaba en el guión es que la contundencia le ganara el sitio a la contención, que la eléctrica ganara por goleada. Y es que, aun con momentos introspectivos en los que quedaba sólo la guitarra de David-Ivar en un arrumaco acústico que nos engatusó (“My home is nowhere without you”), las chispas dieron un paso al frente, unas veces acercándose a la psicodelia (“Ah hears strange moosic”), otras a la distorsión, y las más hacia la diversión sin pretensiones, que no es poco (“The rock”).

Y todos esperando a su canción más conocida, “I wish that I could see you soon”, para la que llamaron al escenario a sus teloneros, The Holloys, con los que despacharon una versión divertida pero a la que faltó algo. Quizás el toque de calidad que aportan los metales en la versión del disco.

En fin, una noche divertida en el Antzokia, que no es poco.



Por Larrypas

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